El Centro de Estudios Martianos se armó de prestigio cuando el investigador, Salvador Arias García, en 1994, decidiera contribuir con su saber a esta institución, en la cual permaneció laborando hasta su muerte el 28 de marzo de 2017. Aquí sistematizó sus lecturas de los cuatro números de la revista martiana para los niños de América, abordó aristas novedosas de las Escenas norteamericanas, elaboró un libro singular: Martí y la música, y pudo continuar trabajando con las obras de otros autores cubanos como la edición crítica de El recurso del método, la recopilación de los textos sobre cine de Alejo Carpentier o los ensayos martianos de Jorge Mañach.
Su etapa en el CEM fue también un período importante para la docencia y la preparación de cursos que impartió tanto en Cuba como en el extranjero. En Caracas, gracias a la gestión de Zaida Castro como directora ejecutiva de la Casa de Nuestra América José Martí, se hizo de alumnos que le tributaron cariño. Otro fruto de sus esfuerzos lo constituyó la creación de un participativo método de edición crítica de La Edad de Oro donde colaboraron profesoras universitariasomo Ana Cairo Ballester y María Elina Miranda. Fue un referente y consejero para Maia Barreda en su misión de fijar los textos de la revista de 1889tomo de la Edición crítica de las Obras completas de Martí que saldrá en los próximos años). Gracias a su amistad con la ensayista y poeta Carmen Suárez León, investigadora titular del Centro de Estudios Martianos, Salvador se hizo el hábito de escribir artículos breves para revistas en la web. En la última etapa de su vida mostró una combinación del ensayo académico, donde prima la paciencia, la exposición de fuentes y el razonamiento, con un periodismo cultural sencillo, sazonado de curiosidades y asociaciones literarias que llegan de la lectura continuada y la apreciación sistemática de las artes. Ese es el estilo de su postrero libro Indagaciones y paralelos que bajo la edición de Mariana Pérez se publicará próximamente por la editorial del CEM. Esta obra es el camino del ensayo al artículo, y de este a la reseña.
El investigador literario no debe cansarse de buscar novedosos análisis, ni de estimular la lectura en sus congéneres. A veces los agradecimientos por esa labor llegan de las formas más insospechadas. Recuerdo una anécdota que me hiciera Salvador:
En la década de 1970, él fue al Instituto del Libro a impartir una charla sobre el poema “Los dos príncipes” a los trabajadores de servicio. Para sorpresa suya, al lado de empleadas de limpieza estaba sentado Virgilio Piñera, uno de los escritores más grandes del siglo XX cubano. Salvador, a pesar de reconocerlo, no se dio por enterado, continuó la disertación de cómo Martí ofrece interpretaciones para que el pequeño lector se enfrente a la ambivalencia de la vida y esto lo repite en otros textos de la revista como “Los dos ruiseñores”, “Dos milagros”; “Bebé y el Señor Don Pomposo”, “La muñeca negra” o “Los zapaticos de rosa”. Al terminar de hablar, Piñera se le acercó y lo felicitó. La historia de Salvador terminaba ahí, pero unos meses después de su muerte, mientras desocupaba el buró donde trabajaba, descubrí una cartulina que tenía a lápiz, con una caligrafía que no era suya, lo siguiente: “Grabado de Tabla Resumen. Las ediciones de La Edad de Oro, por Virgilio Piñera”. Al parecer, entre los trabajos que realizó el escritor como corrector y traductor, le habían encomendado hacer un esquema de las ediciones de La Edad de Oro de 1889 a 1972. A través de diferentes cuadrículas el investigador podía encontrar de una ojeada, los lugares, editores y año en que se publicó la revista. Lo menos que se imaginaba aquel día, camino al Instituto, era que en medio del humilde auditorio iba a estar sentado el autor de “La isla en peso” y que posiblemente este le habría de obsequiar tan útil presente. Otro de los valiosos libros realizados en el CEM fue Aire y Fuego en la raíz: Heredia, trinidad de ensayos largos en torno a la poesía y la vida del gran poeta romántico cubano. La palabra escrita de Salvador presenta el don de la claridad, su escritura se muestra de sintaxis limpia, y no hay término teórico ni nombre que quede suelto en lontananza; todo lo explica y advierte, mueve lento y seguro sus enunciados y la corriente de ideas es clara, transparente y luminosa como las marinas de Romañach.
El primer capítulo muestra la vida de Heredia y la recepción crítica de la obra poética del nacido en Santiago de Cuba. La época del poeta es mostrada poco a poco como si nos moviéramos en una barcaza de bambú. Es así como vislumbramos el influjo paterno en la educación primera, el curioso movimiento geográfico donde se van acumulando las naturalezas más absorbentes del Caribe, los cambios de pensamientos e identidades a través de la escritura que va trocando la adoración y respeto por la Madre Patria hacia un culto a la libertad (tan volcánico y ardiente) capaz de identificar en versos a todas las generaciones de cubanos que soñaron con la independencia en el siglo XIX. El segundo capítulo es el más antiguo gestado en el libro. Se trata de un meticuloso ensayo sobre uno de los poemas insignes del gran poeta cubano “En el Teoacalli de Cholula”. Es este un estudio que se concibió como uno de los tantos ejercicios teóricos de la Escuela de Letras, en aquella época de los sesenta que Antón Arrufat llamó “hímnica” y donde Salvador Arias venía de ser el primer presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios de la Facultad. El estudio se publicó en la revista Unión de 1974 y es un pormenorizado análisis de estilística – que a la usanza académica – se adentra en las significaciones descriptivas y filosóficas del texto. En el ensayo se estudian las posibles fuentes intertextuales que tuvo el poema y se analiza la versificación, los tropos y adjetivaciones para así establecer puntos de filiación y ruptura romántica, tanto de forma como de contenido.
El tercer ensayo es sobre la relación poética-patriótica de Heredia y Martí; pasiones fuertes y desbordantes de nuestras letras; incluso, el siglo XX, a pesar de la gran pléyade de escritores con que nos honra, carezca de creadores que amaron tan apasionadamente la libertad y el paisaje de la Isla. Y quizás detrás de esto estuvo la perspectiva del exiliado y el hecho de que el dolor por la Patria era más puro, pues se mostraba sobre todo en la angustia por alcanzar la independencia de la colonia extranjera; mas, que complejo se vuelve el sentimiento patrio cuando el conflicto se centra, a partir de 1902, en la lucha de intereses entre los propios cubanos y el mezquino arbitrio neocolonial de los Estados Unidos.
Este volumen sobre Heredia es, sin duda, un libro necesario, para consulta y lectura del lector cubano pues muestra raíz y ala de nuestra poesía. Lejos de la numeración positivista y del empleo de cifras y los porcentajes ha de beberse más que nada la claridad expositiva, el cúmulo de informaciones de las notas finales y el revivirnos la altura de la pirámide donde Heredia respiró el aire de los poetas en lengua náhuatl, o al iris bello que contrasta con la monstruosa caída de agua de las Cataratas del Niágara, o al “Himno del Desterrado”, versos de almohada para el que luchara contra el yugo del coloniaje o sufriera en las venas la lejanía de la isla que no se puede pisar.
En el CEM realizó también Salvador el libro Cartas a jóvenes de José Martí – el cual preparó, introdujo y comentó sabiamente-. Aparentemente es un simple cuaderno, pero nos devela una esencia mayúscula: en los momentos más graves y tremendos de la vida de Martí: el exilio, la preparación y aventura de una guerra de independencia, no faltó la comunicación con los adolescentes y la esperanza en ellos. Todavía cuesta mucho confiar en la juventud, aconsejarla, prepararla para la vida, sembrar en ella el amor al estudio y al trabajo. Los que se agotan con rapidez y dejan a la libre suerte la formación de estudiantes y recién graduados, debieran pensar que cuando nuestro Héroe Nacional no sabía ni cómo llegar a Cuba para reiniciar la lucha, varado en Cabo Haitiano, un 9 de abril de 1895, y con una enorme presión sobre sí, encontró el momento para darle una clase escrita de idioma, traducción y perseverancia de trabajo a María Mantilla: “Aprende de mí” –le dijo-. “Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y un pueblo a las espaldas: -y ve cuántas páginas te escribo”.
Salvador tuvo el acierto de introducirnos cada texto y brindarnos información valiosísima sobre lo que les contestaban los jóvenes cuando recibían las misivas del escritor. Carmita Mantilla, por ejemplo, de 21 años, le decía jocosamente a Martí “El predicador”, porque cada vez que podía los adoctrinaba de cómo aprovechar el tiempo: “solo el desocupado es desgraciado” –les aconsejaba una y otra vez. Sin embargo, ella, apreció mucho esas recomendaciones de lograr, como mujer, autonomía económica e independencia laboral, y emocionada un día le escribió en agradecimiento: “usted es el hombre más cerca de la perfección que existe”. Panchito Gómez Toro, por su parte, le escribió a su hermanito Máximo, en 1896, ya muerto el cubano universal:
Creo que tú entiendes el mundo como yo y tienes formada una idea de la verdadera grandeza. ¿Te acuerdas de Martí? ¡Qué grande era en las pequeñeces!
Dicen que “ningún hombre es grande para su ayuda de cámara” porque en la intimidad, cuando se conoce a los hombres en los detalles, es cuando se ven los defectos; y Martí, cuanto más íntimamente se le trataba más grande se le encontraba. Así debemos nosotros ser, y nuestra línea de conducta igual en los distintos caminos porque nos lleve el deber.
Y el deber llevó a Panchito -quién convivió con Martí en un viaje por el sur de los Estados Unidos y el Caribe- a estar, unos meses después de escribir esta carta, en el combate de San Pedro; y cuando la propia escolta de Antonio Maceo se alejaba, sin poder rescatar el cuerpo del General, él fue, con su brazo en cabestrillo, a morir a machetazos encima del “Titán de Bronce”. Gracias a su heroísmo, y al de Juan Delgado y sus hombres, no pudieron los españoles llevarse, como habían hecho antes con Martí, el cuerpo preciado de la Patria. Pero ese sacrificio increíble de Panchito, tenía de trasfondo el ejemplo cercano y conocido de Martí. De ahí que esta sea, quizás, una de las principales lecciones de esta antología de Salvador Arias: se debe enseñar sistemáticamente a la juventud, y no cejar en consejos y oportunidades, pero si el emisor de estos preceptos, aquel que pide compromiso y esfuerzo, no basa su discurso en la ejemplaridad, humildad y entrega cotidiana, no espere tampoco grandes resultados.
En el año 2003, Salvador Arias, como parte de una comitiva que visitaba la Facultad de Artes y Letras pasó por mi aula de estudiante. Se interesó brevemente por un trabajo de curso que había realizado entre Valle-Inclán y Virgilio Piñera y recuerdo que le respondí muy tímidamente porque me abrumó su estatura y los espejuelos cuadrados que tenía pegados al rostro. Lo menos que imaginé en aquel entonces es que dos años después sería compañero de trabajo suyo -buró frente a buró- y que por doce años iba a hablar con él no ya de literatura, sino de deportes, cine, música, ofertas del agro o telenovelas brasileñas. En todo este tiempo oficinesco aparecieron anécdotas, risas, discusiones e incomprensiones, pero siempre me maravilló la persistencia de él por defender el tesoro de la literatura cubana y sus paradigmas de escritores: Heredia, Martí y Carpentier. En lo personal, no imagino otro José Jacinto Milanés que no sea el que él nos mostró y siempre admiraré todo el empeño gigantesco que desplegó por develar los secretos de los textos de La Edad de Oro.
Es cierto que su cuerpo se fue consumiendo y afloraron en él más temores, soledad y pesimismo, pero mantuvo hasta al final sus ganas de seguir siendo útil y de no perder su impulso de lector, profesor y escritor.