Extraña a todo género de prejuicios, enamorada de todo mérito verdadero, afligida de toda tarea inútil, pagada de toda obra grandiosa, la Revista Venezolana sale a luz. Nace del afecto vehemente que a su autor inspira el pueblo en que la crea: va encaminada a levantar su fama, publicar su hermosura, y promover su beneficio. No hace profesión de fe, sino de amor. No se anuncia tampoco bulliciosamente. Hacer, es la mejor manera de decir.
Hierven aquí en pasmoso número, singulares ingenios. Las liras, como aquellas blandas arpas, vibran con desusados sones al soplo más leve del espíritu, o se cuelgan de rosas para encomiar a los nativos héroes, o recogen al paso de los vientos la queja de las selvas impacientes y el estruendo de las tormentas mugidoras. Un anciano débil, escribe como Carlyle; tal abogado, como Taine; tal académico de la historia, como si sobre sus páginas vertiese caja de ricas joyas, que fulgurasen y llameasen al vibrante sol. Señalado vigor, que viene de la general virtud; delicadeza extrema, que se debe al suave influjo de las castas damas; sano y amplio lenguaje, como de noble casa solariega; y algo, en suma, de monumental y de ciclópeo, fragante aquí como la Biblia, tonante allá como la historia, relampagueante acá como la batalla,–avaloran e ilustran los talentos de esta tierra, de tanta alteza de cuna que bien puede suspirar por ella el ánima cautiva, sin miedo de que el rubor encienda el rostro, ni los menguados lo tengan a lisonja.
¿Cómo, del natural asombro que el número y valía de los trabajadores de la mente causa al que los observa, y con ellos goza,–no ha de venirse a la creación de un hogar pobre, más limpio, y con la buena voluntad aderezado, donde campeen con sus variadas dotes estos hombres extraños, en cuyas manos generosas pone al nacer hada benéfica la péñola y el plectro? ¿Ver gloria y no cantarla? ¿Ver mérito, y no celebrarlo? ¿Ver cubiertas de polvo, averiguaciones minuciosas, tradiciones amadas, memorias de épocas viejas, de arte patrio, de libros patrios, de hombres patrios, y no salvarlas con cuidado amante, y sacudirlas a la clara luz? ¿Dejar, como trabajo de escasa monta, a pasto de roedores, este imparcial estudio de una vida imitable, aquel acucioso examen de nuestros elementos de riqueza, cuál pintoresca escena de costumbres indias, cuál notación curiosa de nuestra fauna y nuestra flora, y nuestra atmósfera matizada de colores, y nuestro aire henchido de perfumes? O una triste memoria de aquellos tiempos olvidados, de hombres desnudos y penachos vívidos? O una tranquila escena de aquellas pampas vastas, con su sacerdote de cabellos blancos, y sus indígenas sin inquietud y sin ventura? O un combate de filibusteros? O una sesión de nuestro primer Congreso? O una cabalgada del fúlgido Bolívar? O aquellas plazas nuestras, con su árbol histórico y coposo, y su orador magnífico, y su apiñada y clamante muchedumbre? O nuestros adelantos, futuro desarrollo, o sabias leyes? He ahí a lo que viene la Revista, a toda pasión doméstica y caso de debate interno decorosamente ajena: no a detenerse en lánguidas y peligrosas contemplaciones de la gentil naturaleza, útiles solo cuando de ellas nacen la certidumbre de la poquedad de nuestra vida,–y urgencia de prepararnos por la austera virtud para la próxima,–o el patriótico anhelo de poner a bullir sus colosales y dormidas fuerzas; no a dolerse, con boabdílea rima, de esos imaginados males de hábito que de bracear en mar de versos, no en mar de verdadera vida, vienen; no a decantar como razón de una culpable calma las históricas glorias, que no han de ser a pechos esforzados más que el deber de conquistar las nuevas:–a poner humildísima mano en el creciente hervor continental; a empujar con los hombros juveniles la poderosa ola americana; a ayudar a la creación indispensable de las divinidades nuevas; a atajar todo pensamiento encaminado a mermar de su tamaño de portento nuestro pasado milagroso; a descubrir con celo de geógrafo, los orígenes de esta poesía de nuestro mundo, cuyos cauces y manantiales genuinos, más propios y más hondos que los de poesía alguna sabida, no se esconden por cierto en esos libros pálidos y entecos que nos vienen de tierras fatigadas; a recoger con piedad de hijo, para sustento nuestro, ese polvo de gloria que es aquí natural elemento de la tierra, y a tender a los artífices gallardos las manos cariñosas, en demanda de copas de oro en que servirlo, a las gentes–aún no bastante absortas: a eso viene, con más amor que fuerza, y más brío que aptitudes, la Revista Venezolana.