[Nueva York, 6 de agosto de 1886]
Mi hermano muy querido.
Siempre en estas prisas.-
La correspondencia que envío hoy, y que tiene que ser, naturalmente, sobre los sucesos de la frontera, explicará a V. la anterior, que era aquí hace dos días la que resultaba de todos los acontecimientos y del espíritu público en aquel instante, aunque allá haya causado tal vez asombro-o, disgusto, porque la escribí creyendo, como creía acá el país entero, que lo que el Secretario de Estado decía en su resumen de las negociaciones al Congreso era lo cierto. ¡Ya me parecía a mí inexplicable que México se hubiera puesto en aquel caso dudoso y estrecho! Y como yo escribí en la seguridad de que estaba en él, que era aquí sobre la fe del Secretario la seguridad unánime, lo hice lleno de pena e inspirando cada palabra mía, y acomodándola, a una situación enteramente falsa, pero que yo, que no estoy en Washington, no tenía modo de conocer. Ni la conocían en Washington tampoco; porque el engaño fue absoluto, hasta que el diputado Hitt demostró en el Congreso la buena voluntad de México, y su prudencia en todo este caso. Es una victoria que se ha ganado, porque yo la tengo por una victoria, a fuerza de justicia, y de inspirar ese respeto que creo yo aquí la única arma y el único freno. Lo que digo de las declaraciones del Sr. Romero Rubio-y el Gral. Díaz es la verdad: se ve en la prensa, y se nota en las conversaciones privadas, el excelente efecto que ha causado su actitud, y la mezcla que en ella se nota de decoro y modestia. Cierta fiereza vaga y justa han hallado en lo de Díaz, que tampoco ha parecido aquí desagradable.-
Se va el correo. La otra carta, no espero verla publicada. Esta, sí.-
Lo abraza, muy contento, su hermano
J. MARTÍ