[Nueva York, 1886]
Mi amigo muy querido:
Sin carta se me aparece el Sr. Solignac; pero él es carta viva. Muchas me va debiendo Vd.; sólo que yo leo las cartas que no vienen, así como escribo muchas que no van. El fiel mensajero me sorprende sobre mi papel amarillo de trabajo, y aquí pongo el mejor de mis abrazos, y no quisiera tener que poner nunca punto.
Ni libros, ni cuadritos, ni diarios, ni nada me manda-más que su bella alma, que siempre recibo. Yo, en cambio, le envié, porque no diga que hago algo y no se lo envío, una novela que traduje, y en La Habana al menos, la gente ha comprado sin tasa. Si es por mí, esa será al menos, en este desierto agrio, una gota de miel. Al libro, no le doy más importancia que la que tuvo para mí: un bocado de pan. Podrá ser una grandeza, pero a mí, a pesar de mi prosa, me parece una bellaquería. El Nacional lo ha estado anunciando ahí con letras grandes.-
Cuénteme de las cosas de México, que muchas me han de interesar. Yo escribo sin cesar sobre México. Si no quisiera a mi tierra con la lealtad con que se debe querer a los desdichados ¿dónde estaría yo si no al lado de Vd.?
Le tengo que decir adiós. Mis gentes, madre y padre, me preguntan por Vds. Mi hijo monta a caballo, y reina en sus campos, en el Príncipe. Yo quedo aquí, comiéndome el cerebro,-sin ápice de exageración,-y suspirando por nuestros paseos de la Alameda-y por aquellos mismos palos amarillos!
Un coro de besos a su pequeñería: uno en la mano a Lola: y un apretón de manos al Sr. Don Manuel hijo.
Al padre, lo mejor de
JOSÉ MARTÍ