[Nueva York, 16 de enero de 1887]

[Nueva York, 16 de enero de 1887]

Mi hermano querido.

Empezó bien el año, pues que me trajo carta suya. Con estas líneas va la de El Partido. Se cruzaron nuestros mutuos deseos de año nuevo. ¿No se sienten algunas veces acompañados de mí, como si anduviera yo paseándome cerca de Vds., con mi calva creciente y mi levita negra? V. es para mí como la flor de unos árboles que vi en el camino de Veracruz—unos árboles secos y retostados, que no tenían más que una flor.

Mi anciano está menos grave. Me dicen de la Habana que ha comenzado a restablecerse de la que se creyó que sería su última postración. De él heredo sin duda este poder de resurrección moral, que me permite sacar limpios el pensamiento y el carácter de este mar de agonías: un mar que sólo conoce un lado de la marea. Día ha de llegar en que pueda yo dar un salto a México, y con una taza de café de Uruapan quedará sometida la mala fortuna. Todo viene, créamelo V., de la inquietud del alma; y de haberme faltado aquella única fuente de fuerza que necesito yo para la vida. Por todo eso acaso haya sabido yo entender “El Cristo de M” de la manera que, por fortuna mía, le pareció agradable. Va en paquete registrado una fotografía del cuadro, sin que me explique cómo pudo extraviarse la anterior. Y va otro artículo, distinto del que V. leyó, sobre el hermoso Cristo.

Salude en mi nombre de año nuevo a Pablo Macedo, a quien pronto escribo, a Peza, Peón y Villada, y al maravilloso Guillermo Prieto. Sólo acabo por no perder el correo de hoy. Y por no dar rienda a la pena.

Bese la mano a Lola. A Manuel le irá pronto su libro. A V., todo el cariño de

J. MARTÍ