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CARTA DE NUEVA YORK EXPRESAMENTE ESCRITA PARA LA OPINIÓN NACIONAL

Italia.–Las pascuas romanas. Antaño y hogaño.–Roma disputada.–León XIII, Bismarck y el rey Humberto.–Mazzinistas y federalistas.–El periodista Mario.–El profesor Ceneri.–EI profesor Bovio.

Nueva York, 7 de enero de 1882

Señor Director de La Opinión Nacional:

Eran estos días para Roma en años pasados solemnísimos días, en que la Iglesia hacía ostentación fastuosa de su pompa, y se adueñaba con los misteriosos hechizos del color y la hermosura, que realzaban sus fiestas, del ánimo de los viajadores vagabundos que habían venido a Italia, en fuga del invierno, a dar al cuerpo sol de Roma, y al alma sol de arte. Al son fantástico de marciales trompetas, que llevaban la mente a la visión de ejércitos divinos y de alados capitanes, de cascos refulgentes y espadas de relámpago, el anciano robusto que era aún dueño de Roma entraba en hombros de sus sillarios, por la puerta de bronce de San Pedro, y abatían a su paso las armas los rudos soldados irlandeses y los brillantes soldados de Francia que amparaban su trono, y humillaban ante él las cabezas los potentados de la tierra, vestidos de sus más deslumbrantes atavíos; y cobijado por la capa pluvial, envuelto en nubes de perfumes, blandamente batidas por abanicos colosales de albas plumas, adelantábase el Pontífice hasta las gradas del altar excelso, que ostentaba tiaras relucientes de oro y de diamantes. Y decíase la misa de Pascua en griego y en latín. Y era Pío IX el sacerdote, que recibía de rodillas, entre los ecos de voces melodiosas, que parecían venir de lo Alto, el cáliz venerado, a cuya ascensión venían a tierra con estrépito las armas de ornamento de los nobles, y las de batallar de los soldados, y acatábase por súbito impulso, las sumas de mentes poderosas que habían llegado a producir, con su faena de siglos, cuadro de tan magnífica belleza.

Mas con los años cambiaron los sucesos, y los irlandeses se fueron camino de Irlanda, y camino de Francia los franceses, y el rey de la Iglesia quedó sin más dominio que el que tiene en las almas católicas, y en el Vaticano, y el rey de Italia hizo su casa del Quirinal, que era la del Pontífice en estío. Apedreados han sido en las calles hace pocos meses los caballeros fieles que acompañaron, a través de Roma a su humilde morada última, los restos de aquel que en la mañana de Pascua llevaba en la mano poderosa las llaves de oro que habían de abrir a los hombres las puertas del cielo, y no con misa de pontifical, en la Basílica, sino con recepción privada en su palacio, conmemoró León XIII esta vez el nacimiento de Jesús. Roma está ahora de batalla, y aquella recepción fue un acto de ella, y otro la del Rey Humberto el primer día del año. Aprovecha el Pontífice estos días señalados, para hacer las declaraciones políticas que a su juicio urgen al bienestar de su sede; y nótase que, como si creciese su confianza en días mejores y cercanos, que tal vez le depare la amistad de Alemania, ni se habla tanto ya del viaje del Papa a Fulda, a Colonia o a Malta, ni se observan en las arengas del Pontífice aquella melancólica reserva y estudiada mesura que daba a sus discursos más aire de clamor de oveja que de rugido de león; y más son de plegaria que de amenaza. «¡Ved–decía a los cardenales en torno suyo congregados–cuánto es estrecha e intolerable la situación de la Iglesia Romana! ¡Oíd cómo me llaman rebelde a mi patria, y enemigo de Italia, porque demando el poder temporal de que he menester para asegurar el espiritual de mi Iglesia! ¡Mirad cómo se hacen caer odiosos anatemas sobre los leales católicos que piden garantías suficientes para la libertad de la cabeza de su Iglesia, y cómo la prensa y el populacho injurian a los mansos peregrinos, y cómo se convierten en triunfos democráticos las blandas sentencias con que el Gobierno intenta amparar nuestro decoro! ¡Y esa que véis no es toda la persecución que aguardo, porque os debo decir que la espero más cruenta! Pero yo he de guiar la barca de Pedro por sobre las olas de ese mar alborotado, y he de mostrar mi fe, y pediros la vuestra en el día en que plazca al Señor calmar la tempestad que hoy la conmueve!»

Y el rey Humberto decía en el Quirinal el día primero del año: «Porque quiero que la respeten, Italia respeta a todos los pueblos que la distinguen con su amistad. Mas si por ajenos intereses, y pasajeras conveniencias, se intentare coartar en modo alguno la libre acción de Italia en asuntos que le conciernen, porque acontecen en su territorio y dentro de sus fronteras, mantendrá Italia su derecho a regirse por su leal saber, y su libre albedrío, sin acatar intervenciones inoportunas.»

Y Bismarck, a quien iban sin duda encaminadas aquella fe en el socorro de que hablaba León XIII, y esta amonestación áspera y brava de Humberto, se apresuraba a decir en los periódicos que de él se inspiran, que la amistad que ya se pacta entre el Pontífice y Alemania, no envuelve idea alguna del imperio de coartar el libre ejercicio de los derechos de Italia.

“¿Y queréis”–dicen a esto los republicanos de Mazzini que desean una gran República central, y los federalistas que, fundándose en la antigua y próspera distribución de la península italiana, quieren una república federal,–“queréis que no nos unamos en campaña contra una ley de garantías que mantiene como un monarca inviolable entre nosotros a un caudillo rebelde que busca sin embozo y sin descanso el amparo de los pueblos extranjeros, para favorecer su poder personal y el de su tribu, con detrimento de la integridad, grandeza actual y futura e independencia de su patria?»

Y aún resuenan los aplausos que acogieron las ardientes acusaciones del osado federalista Mario, que respeta al Rey, porque le viene su autoridad de un solemne y libre plebiscito, pero no quiere en Italia más Rey que el Rey, hasta tanto que la monarquía, que sólo vive en estos tiempos hurtando prácticas ideales a la república, dé paso a esta amplia forma de gobierno que tiene en Italia, a más de las razones de los tiempos nuevos, el apoyo que le da la práctica gloriosa de épocas pasadas. Pues ¿no fue Venecia republicana ciudad famosa y opulenta, dueña de las aguas del mar y del comercio de la tierra, y no es ahora Venecia monárquica ciudad entristecida y enfermiza, que no halla modo de rehacerse sino privándose de su histórica hermosura, y repletando de arena para hacer vulgar calle, sus canales, y echando a andar por los más bellos de estos, no ya aquellos canales de negros peces alados, que mecían en su seno nidos de poesía y amor, sino los de vapores jadeantes, que sustituyen, con el silbato del contramaestre, la voz del lánguido barquero que cantaba en otros días versos del Tasso?

Es lo cierto que ya están de paz Alemania y el Pontífice, merced a fatigas de ambos de una hostilidad estéril, y a haber menester Bismarck de los católicos para ejercer sin grandes angustias su poder, y el Pontífice, de Alemania para poner coto con este aliado temible a los desmanes del pueblo de Roma, que con prudencia singular y leyes enérgicas reprime el gobierno de Italia, mas no con tales leyes que contenten al Jefe de la Iglesia. Ya el caballero Von Schlvezer ha salido de Washington, donde representó a Alemania doce años, y va camino de Roma, donde pactó con éxito los preliminares de la paz entre el Imperio y la Curia; ya los agoreros anunciaban, con más prisa que verdad, que se proponía León XIII una vez firmada la paz con el emperador, valerse de ella como de arma contra Italia, que no le respeta, y Francia, que ciñe a los súbditos de la Iglesia a las prescripciones generales que obligan a todo hijo y vecino de Francia: y ya subieron a tanto los rumores que el Rey de Italia adelantó su propósito de no cejar en el empeño de ser monarca de toda su monarquía, y defensor del derecho de su pueblo a regirse en todas sus cuestiones por sí propio; y el Canciller alemán desmintió todo rumor de presión que pudiera enajenarle la buena voluntad de una potencia del Mediodía, rival de Francia, que le interesa mantener apartada de los franceses, como anda por desventura ahora y no en amistad íntima con ellos, a lo que tal provocaría su enemistad con Alemania. ¡De cuán mezquinas y personales razones depende en los sistemas monárquicos la paz de los pueblos! ¡Cómo, a los peligros que crean los apetitos de los hombres, vienen a unirse los riesgos que originan los temores o conveniencias de una casta de caudillos, más atentos al goce de un poderío monstruoso y quimérico, que al desarrollo rápido, íntima mejora y empleo útil de las fuerzas de sus pueblos!

No en vano ama Roma tanto a ese Alberto Mario, que con ánimo sereno y elocuente pluma pide para Italia días grandiosos en que pueda, sin susto y sin reparo, darse como antes a cultivar la hermosura, de que la admiración de los hombres la ha hecho templo, y el tráfico remunerador, que llama de todas partes a sus ricas costas. No en vano premia Bologna, con cariño ardiente al profesor Ceneri, viril y elocuentísimo, que quiere que un solo hombre no sea rey de muchos, para que cada uno pueda serlo de sí propio, y que vuelve a la vieja villa etrusca con sus lecciones afamadas; reflejo del esplendor aquel que gozó, como maestra insigne de cánones y leyes, en los siglos más brillantes, corrompidos y revueltos de la cristiandad. No en vano es el altivo Bovio tan querido de los jóvenes de Nápoles, por ser ley que donde fue más cruel la tiranía sea luego más amada y eficaz la libertad: ni hay voz más grata a la de los ardientes napolitanos que la armoniosa con que en vibrantes frases su profesor Bovio les excita a pensar libremente, porque es aire del alma, y a obrar con virtud, sin lo que fuera máscara odiosa el librepensamiento.

José Martí

La Opinión Nacional. Caracas, 24 de enero de 1882.