Gambetta electo.–El amable Tony Révillon.–Faz nueva de la política.–Una lectura anticatólica.–Un periódico nuevo.–Bonapartistas anonadados.–Rochefort silbado.
A pesar de los esfuerzos frenéticos de sus encarnizados enemigos; a pesar de la terrible guerra, movida contra él, en el distrito en que más influencia ejercen las teorías dislocadas de los ultrarreformistas franceses; a pesar de la reunión escandalosa en que el orador atlético bajó vencido entre denuestos injuriosos de la tribuna en que levanta la voz que mejor sirve a la época moderna, Gambetta fue electo en la casa misma de sus febriles adversarios: desafió a la pantera en su agujero, y venció a la pantera.
Por dos distritos se presentaba candidato, y si en el primero su elección no fue dudosa, como algunos de los votos estaban invalidados por las palabras ofensivas que contenían contra los adversarios del poderoso demócrata, se declaró nula la elección del 2º distrito.–Exasperados de su derrota, más sensible cuanto que habían empleado todas las armas, las blancas y las negras para precaverla, el Intransigente y los periódicos de los diversos matices ultrarradicales alzaron un clamor que apagó con su desdén la opinión pública, por cuanto su última elección en Belleville arrancada a tan hostiles electores, es la mejor prueba de la sólida grandeza y firme renombre de Gambetta. En carta hermosa dirigida a sus electores desiste de luchar por su elección en el distrito en que había sido anulada: “perseveremos” –dice– “en una política progresiva: sumisos a la voluntad de la patria, no esperando nada de la fuerza y repeliendo, a la vez, la política reaccionaria y la utópica.” Así abandona majestuosamente el nuevo campo de batalla el gladiador ofendido de la insensata cólera del circo.
Un curioso y terrible opositor tenía Gambetta en el 2º distrito: un hombre de letras, un autor de novelas, un familiar de las casas del pueblo, un conversador malicioso y cáustico, Tony Révillon. En tanto que Lacroix, un joven y belicoso intransigente, desplegaba en párrafos pomposos, que la menuda y práctica política no ha menester, sus ideas revolucionarias y sacudidoras, Tony Révillon, que sabe cuántas lágrimas entran en cada pan que un artesano come, les habló en su propia lengua, de su pan y de sus lágrimas. Explotó hábilmente el silencio que la prudencia impone a los cuerdos oportunistas, calló hipócritamente las causas racionales que impiden, para no comprometer el establecimiento definitivo de la democracia, la realización violenta de ideales ni bien depurados ni maduros; de lo que se deduce que ha de ser difícil vencer en el distrito de los pobres rencorosos a quien, sobre haberles dado a leer en conmovedoras novelas la historia de sus males, denostó como delito ajeno su pobreza y halagó astutamente sus rencores. Y todo esto, en forma viva y matizada, y como si moviera un verduguillo de paseo y no un látigo, y con esa bella forma literaria que añade tanto encanto a lo profundo, y como si estuviera en su casa y no en la ajena. Sick se llama el contendiente de Tony Révillon en las nuevas elecciones, mas aunque él lo niegue, como ahijado de Gambetta lo tienen los electores del distrito, y si el potente león pudo aterrar con sus rugidos y despedazar con sus garras la red menuda en que lo habían envuelto, el cachorrillo humilde podrá apenas morder la mano del inteligente domador con quien combate el pueblo que, si suele ser ingrato, suele ser justo: a lo menos mientras se le halaga. Ahora lo halaga Tony Révillon.
Este ha sido el lance más ameno de estas reñidas elecciones: en el resto de Francia, tan bella, tan generosa, tan admirable, tan cuerda, las elecciones se han llevado a cabo con una precisión, desembarazo y rapidez que acusan privilegiadas dotes para el ejercicio de sí mismos en los nobles franceses. Esta es la conquista del hombre moderno: ser mano y no masa; ser jinete y no corcel; ser su rey y su sacerdote; regirse por sí propio. Ni una acusación de fraude, ni una querella de violencia, ni un acto de artería o medio indirecto y reprobado de triunfo se señalan en los ámbitos de Francia: la lucha es mortal pero honrada: desde que no tiene rey este pueblo, es en verdad un pueblo-rey. ¿Qué tienen que hacer aquellas elecciones sanas, claras y francas, donde se conquista el voto con la persuasión, donde se cautiva el sufragio por una propaganda abierta y lícita, donde se asegura el triunfo, por una actividad simpática y honesta, con esas otras elecciones españolas en que, como lisonjero espejo pasivo, la masa electoral refleja la figura que predomina en el poder o con aquellas otras elecciones norteamericanas en que los avarientos, inmigrantes extranjeros, lisonjeados o heridos en los más bajos intereses, deciden comúnmente de la suerte del país que los motivos degenerados abandonan a los especuladores y los intrusos? ¡Salve el Dios de la paz, que es un Dios a quien se invoca demasiado poco, a ese pueblo trabajador e inteligente que se piensa, se estima, se salva y se manda!