Gran exposición de ganado

Gran exposición de ganado

En Nueva York.—La lechería.—La agricultura, sus productos, sus auxiliares.—El toro triunfante.—Razas.—Modelos.—Criaderos.—Alimentación.—Mejoras.—Indicaciones.—Premios

 

Nueva York, mayo 24 de 1887

Señor Director de La Nación: A poca distancia de la plaza de Madison, que tiene por el oeste, como gargantilla de brillantes, los hoteles más suntuosos de Nueva York, y por el este, al amor de encopetada iglesia, sombría hilera de casas señoriales, levántase un recinto célebre y espacioso, el circo de «Madison Square», adonde, como aurícula capaz, acuden, en las festividades de gusto popular, las grandes concurrencias.

Allí el hipódromo de Barnum, con sus griegos de pega, sus carros de relumbrón, sus desmelenados aurigas, sus gladiadores, embadurnados de albayalde para parecer estatuas clásicas, sus caballos que danzan en la cuerda floja, sus mujeres que se descuelgan por la cabellera de lo más alto del circo, sus elefantes que bailan lanceros y fungen de payasos, cuando no se cansa alguno de que le moleste a su novia el domador, y echa puerta adentro, seguido de la manada enfurecida, derribando con ímpetu terrible músicos y danzantes, y moviendo en los establos, a que sirven de techo los asientos, un ruido como de volcanes.

Allí los irlandeses, convulsos de entusiasmo, luciendo en los sombreros la hoja de trébol con que el gran Patricio demostró a su jefe el misterio de la Trinidad, pendiente de las solapas la cinta verde con el arpa de Erín, van a Parnell, su abogado sesudo, a quien tiene ahora mismo al morir su amor intenso a Irlanda;—van a desear buen viaje a Davitt, a su manco indómito, en cuyos ojos, que han prometido no cerrarse hasta que Irlanda sea libre, luce la determinación con brillo sobrenatural.

Allí—cuando como airones de primavera aún aletean los vítores,—levantan el piso, cúbrenlo de aserrín, pónenle estrado al árbitro, apriétanse junto a la pista las mozas y los rufianes, y día sobre día, a la embriagadora luz eléctrica, halan el cuerpo mísero, deslucidos los trajes, macerados y monstruosos los pies, lívido el color, suplicante y moribundo el ojo, caída la barba al pecho, los andarines competidores, ¡que es cosa que da náusea!

Allí, a diez pesos por cabeza, y de general a bandido, agólpase la ciudad, ya turbia y repulsiva la mirada, a ver cómo se magullan a puñetazos, desnudos del cinto arriba, los bárbaros púgiles, que al fin de cada arremetida, caen en sus sillas de descansar, exánimes y cubiertos de sangre.

Allí, muy visitados por damas caprichosas, los perros en feria ladrando vilmente, unos de lana como seda, otros de hocico inmundo, olisqueando ratones, y enjaezados de lujo, con mantos de pedrería y cadena de plata; y otros, los chihuahueños, de ojos saltados y redondos, y grandes como la palma de la mano.

Allí la feria de caballos, que reaniman al hombre, y en mayor grado que él conservan en la servidumbre la arrogancia y galanura de la libertad,—el pony malicioso y peludo, el feo, enjuto y sufrido mustang, el Glydes-date, tan bueno para la labor, el trotador de Norfolk, de fuerte arranque de ancas, el caballo de carruaje, hermoso y recio, el generoso percherón, un monte vivo.

Allí ha sido también, en Madison Square, la feria que contamos ahora, la feria del ganado y de las lecherías, preparada en tres meses por unos cuantos ricos que merecen serlo, puesto que no tienen empacho en que les vean cuidando de su hacienda honradamente, que es como echar cimientos a la patria.

Eran de compararse, en los días de la feria, ricos y ricos. Unos, los barbilindos, agansado el andar; abestiada la frente con el peinado a modo de vendaje; el traje sin carácter, y como el uniforme de zoncera; los labios, de mostacho pobre, besuqueando el mango de cuerno de sus bastones, rematados en plata. Otros, los dignos, los que demuestran con el trabajo personal su derecho a disfrutar la fortuna de sus padres, sobresalían, como gallos finos entre quiquiriquíes; el cuerpo, ágil y proporcionado; el traje, obediente y suelto; la mano, algo más ancha; el rostro con cierta marcial hermosura, y ese esplendor, tan grato de ver, ¡que sólo la fuerza de la dignidad da al hombre!

Se llegaba a la puerta de la feria por entre un laberinto de carruajes, porque no hubo esposa que no quisiese parecer buena casera, yendo a ver cómo se hace la mantequilla, y si se la puede hacer en casa; ni domador de damas que no acudiera al reclamo de tanta hechicería, y al de una bella de alquiler que se contrató para aparecer vestida de lechera normanda; ni magnate que no tuviese a honra el que le vieran interesado en estudiar esta fuente de riqueza del país.

El padre de los Vanderbilt de ahora ¿qué era más que lechero, hasta seis años antes de morir?: y aun después de heredar a su padre, nunca abandonó su hacienda. Muchos nombres famosos protegían la feria del ganado; Vanderbilt, Pierpont Morgan, Le Grand B. Cannon, Appleton, Sloan, Tselin, Douglass. ¿Cómo no, si los Estados Unidos tienen ya cuarenta millones de cabezas vacunas, que valen una con otra veinticinco pesos, y de las cuales catorce millones son de vacas lecheras, de cuatrocientos veinte millones de pesos de valor, que dan al año quinientos millones de galones de leche, cuatrocientos de libras de mantequilla, sin contar con lo de uso doméstico, todo lo cual rinde por año unos trescientos millones de ganancia limpia? A Inglaterra se manda cada año ganado vivo por veintiún millones de pesos, y en carne fresca treinta más.

¡Y a todo eso se ha llegado en sesenta años, y si se nos apura, en veinticinco; porque antes la cría no era acá una ciencia como es ahora, con un sistema para producir bueyes de labranza, y otro para mejorar la casta lechera, y otro para la res de matazón—sino una cría torpe y revuelta, en que se iban confundiendo sin juicio las razas distintas; y por no afinar cada una con la mejora de sus condiciones y el injerto de las que le faltaban, todo eran vacas cabezonas y de poco vientre, y toros papudos y de gran cornamenta, con más hueso que carne y muy hambrones, mostrando la verdad de aquel decir de España: «el buey ruin en el cuerno crece»!