El lenguaje reciente de ciertos autonomistas

El lenguaje reciente de ciertos autonomistas

Parece que en Cuba ha causado indignación entre los cubanos constantes, y aun entre los inconstantes como cierta vergüenza–la vergüenza del hombre que ve apedrear a los que están prontos a morir por él–el lenguaje descompuesto e injusto con que los criollos que se quedaron en sus casas, suplicando y mintiendo, durante los diez años del sacrificio conmovedor de su país, o cargaban al cinto fratricida el sable cebado en la sangre pura de sus compatriotas, o se ponían sobre la toga temblona y melindrosa el uniforme salpicado de los asesinos incultos, o aplaudían las glorias del ejército que ahogaba en sangre la lucha de su patria por la libertad,–han hablado o escrito recientemente en la isla sobre los cubanos que tienen a la vez bastante abnegación para exponer de nuevo la vida por su país, –y bastante benevolencia para compadecer a los enfermos de la voluntad.

La indignación sería justa sin duda, y enteramente racional, si los cubanos que defienden ideas en las que no hay riesgo de muerte, osasen empinarse hasta los que mantienen un ideal que lleva la muerte al pie: si los que en la súplica desdeñada no han logrado para su país tanto como logró la guerra interrumpida, osasen compararse con los hombres que sólo por la guerra les lograron al menos las libertades con que suplican. Eso no necesita argumento, y cansa hablar inútilmente. En este asunto, no puede decirse palabra que no sea castigo merecido, y es mejor no hablar. Los hombres sensatos, y de práctica verdadera, no pierden el tiempo en derribar lo que está caído,–ni el honor en mancillar a los que lo tienen. Los que no tienen el valor de sacrificarse han de tener, a lo menos, el pudor de callar ante los que se sacrifican,–o de elevarse, en la inercia inevitable o en la flojedad, por la admiración sincera de la virtud a que no alcanzan. Debe ser penoso inspirar desprecio a los hombres desinteresados y viriles.

Tal vez en Cuba llegue a tanto el desconocimiento que pueda parecer necesario el correctivo en que acá afuera no nos debemos entretener, para no quitar mano de la obra. Pero los pecados de hermandad, y de humanidad, con la censura que atraen sobre el culpable quedan al cabo corregidos. Ni la política inerte e incapaz de Cuba, muerta de muy atrás en la opinión real de los que nominalmente la defienden, merece el análisis, que no soporta; ni, de puro deshecha, debe mover a ira. A la realidad estamos aquí, y hemos de estar allá todos, y no a la combinación ya extinta, con nombre de autonomismo, de las diversas fuerzas públicas que, a faltar vigilancia y acción, hubieran podido convertirse en Cuba en el funesto imperio de una oligarquía criolla, sin el poder siquiera de la inmoral riqueza con que en otro tiempo se empezó a fundar, y cuya existencia sólo se hubiera podido mantener por la liga encubierta con el poder español, o por la entrega del país a una civilización extraña, que niega a Cuba la capacidad probada para el gobierno libre, y declara necesitar de ella para fines sociales y estratégicos hostiles a la paz y albedrío del país. Ese era el peligro del autonomismo, y para salvar a los cubanos de él, autonomistas o no,

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