El alzamiento y las emigraciones
Lo de Cuba, ha sido acaso un gran crimen, un crimen de España. Se le desenmascarará, y se le clavará en la frente culpable. Se echó a la guerra a un puñado de hombres buenos; se les engañó, para echarlos a la guerra; se les mintió. Se ha provocado a un pueblo a la revolución, para tener luego causa de fusilarlo por loa caminos, o de perdonarlo con ostentación, o de probar su impotencia. ¡Pero lo que se ha alzado no es el pueblo de Cuba, sino un puñado de hombres generosos, a quienes la revolución cubana, escarmentada, dispuesta a escoger su hora y a burlar a su enemigo, ha visto caer en la red, con indignado silencio!–Lo que queda patente es el crimen de España,–y la prudencia y disciplina triunfantes de la revolución.
La revolución en Cuba no es una trama; es el alma de la Isla. No es una conspiración: es el consentimiento tácito y unánime de lo más viril y puro del país: el actual movimiento revolucionario no tiene su fuerza en el trato secreto con este o aquel núcleo de revolucionarios conocidos, sino en la confianza que ha logrado inspirar a la gran masa, a la masa de rifle y corazón,–en la espera sorda y creciente de lo bueno y bravo de Cuba en la obra sosegada y respetuosa de las emigraciones,–en la fe ambiente del país, que es como el aire que se respira y el sol que alumbra. No se prende el aire ni el sol. No se puede prender a la Isla entera. Esta vez, la conspiración ha estado en tener a la Isla informada de la verdad: en tener su ánimo pronto a la empresa grande y definitiva. En el ánimo de la Isla se ha trabajado, no en el compromiso de esta o aquella cabeza conocida. Cada cabeza, guíe luminosa, o caiga en el deshonor. El espíritu del país es nuestro cómplice: no se arrincona en la cárcel el espíritu del país.–Y si el crimen hubiera llegado esta vez a sacar a los inocentes de sus casas, a cebar la rabia sofocada desde el tiempo de la guerra, a vengar por fin en pechos nobles y amados de Cuba el delito, a ojos de España todavía no expiado, de vivir después de haber puesto la mano sobre su tiranía, a vengarse de la humillación de haber tenido que acatar, del Zanjón a acá, al criollo irreverente,–se habría el crimen vuelto sobre España, porque las persecuciones abrirán allí las puertas de la guerra, y nosotros aquí, aunque harto prudentes para caer en el lazo del enemigo y enviarle nuestras fuerzas incompletas, tenemos fuego en el corazón y quimbo al cinto, y volaríamos a nuestros hermanos.–Por eso no completó España esta vez su crimen, no por magnanimidad, sino por miedo a la Isla, y a nosotros. Se necesita mantener en Cuba el sistema pingüe de ocupación militar, no tanto para defenderse de la guerra inminente como para disfrutar de sus gabelas y beneficios. La revolución, como que no se dispone para el acomodo de los españoles logreros, sino para abrir un pueblo estancado al mundo, para el bienestar y honor de Cuba, para la equidad y concordia de sus habitantes, sea cualquiera su lugar de nacimiento,–no andaba con tal prisa, o por lo menos, con tal prisa notoria, que los logreros pudieran sacar argumento de ella; ni por vías en que pudiesen poner mano:–la sienten, y no la palpan. ¡Pues se fomenta, donde se tienen gentes para el oficio, un alzamiento que se pueda acorralar; y así se prueba a España la imposibilidad de regir a Cuba de otro modo que el de la ocupación militar que hoy la rige,–se levanta la caza humana allí donde se tienen vientos de ella,–se echan rumores por las calles, para justificar la persecución de los hombres a quienes verdaderamente se teme, debilita, por el descrédito nuevo de la guerra, la campaña de las emigraciones, o se les corta por pedazos la ayuda descompuesta que pudieran mandar en el primer alocamiento! Se finge una revolución. Se levanta la caza humana. Se echa a los hombres buenos al camino, y luego, amparando a los azuzadores, se acaba con los buenos, porque se echaron al camino. ¡Chorrea sangre este inicuo teatro! Se puede decir: «¡Ese es el matador!» Se pueden contar las manos que se han empleado en el crimen.