Nuestra América es un texto compuesto de solo once párrafos, pero que en cualquiera de sus múltiples ediciones ocupa muchas páginas. Nos sorprendería que persona de tantos deberes y asuntos cotidianos como Martí pudiera preparar un ensayo de semejante extensión y tanta envergadura de ideas y de riqueza de estilo tales en tan escaso tiempo, de no conocer sus extraordinarias originalidad de pensamiento y la rapidez de su ejercicio de la escritura, facilitada esta por tratar un tema al que prestaba atención desde veinte años atrás, el cual ya alcazaba madurez, y que, a la vez, estaba motivado por las circunstancias ya apreciables de aquella época de finales del siglo en el continente y en el orbe.
De hecho, hay tres partes en el ensayo, aunque estas nunca ponen en peligro su unidad ni su secuencia lógica argumentativas. La primera se desarrolla durante los dos primeros párrafos, encaminados a marcar la importancia de la defensa unitaria de nuestras tierras. Desde la imagen del ‘aldeano vanidoso’, encerrado en sus asuntos de villorrio y ajeno al mundo, Martí sostiene que la época exigía una acción inmediata para proteger a nuestra región. Así, exige ‘trincheras de ideas’, porque es ‘la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes’.
La segunda parte es la más extensa y se dedica a estudiar minuciosamente cómo y por qué Latinoamérica independiente vivía bajo inestabilidades permanentes, lo cual debilitaba su capacidad para impedir su caída bajo nuevos poderes hegemónicos. En los sectores poseedores continuaban con significación destacada las antiguas oligarquías de los tiempos coloniales, que tomaban como modelos las estructuras sociales, económicas y políticas de los países europeos y Estados Unidos, y desconocían los intereses y la necesidad de justicia para los sectores populares: el hombre natural, con el indio, el negro y el campesino. ‘El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país.’ Y declara: ‘No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza’.
El cubano pedía justamente el conocimiento de nuestra identidad y la estructuración de nuestra América, no mediante modelos de otras latitudes, sino adecuados a sus propias realidades. ‘Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.’ Y por eso llama a crear la propia universidad, a conocer nuestra historia, ‘desde los Incas a acá.’ Ahí radicaban los problemas internos, el ‘tigre de adentro’.
Y la última parte, refiere cuál era el ‘tigre de afuera’: ‘El desdén del vecino formidable que no la conoce es el peligro mayor de nuestra América.’ Este alerta, sin dudas antimperialista, frente al expansionismo creciente en Estados Unidos, es la conclusión lógica y acertada de quien convocaría al pueblo cubano a la guerra necesaria por su independencia y para contribuir así a impedir ese derrame de la naciente potencia del norte por ‘las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar’, donde habría de florecer la semilla de la América nueva’.
(Tomado de Cuba Internacional 469).