Por estos días que precedieron y suceden al 28 de enero, en que tan recurrente nos resulta la mención del Apóstol, pareciera una mascarada bárbara la desaparición física de Luis García Pascual. Sin embargo, frente al inevitable dolor que embarga a su familia, a la comunidad martiana y a quienes le quisimos por tantas razones, reconforta en parte sopesar la plenitud que distinguió los 96 años –este 17 de febrero cumpliría 97– que llevaba sobre sus espaldas cansadas.
Él, que perteneció a la estirpe de los que fundan y aman el sacrificio; él, que pudo tener mucho y se conformó con poco; él, que con la frente alta, sobreponiéndose a sus propias limitaciones y sin pretender truncar de un tajo la faena que venía desarrollando y le permitía cuidar honradamente de su familia, se asomó un día, sin más armas que su poderosa vocación autodidacta, a los senderos de la investigación histórica, y específicamente al entorno vital de José Martí.
Desde entonces, incansable cuando se trataba de colocar en su justo lugar el legado del más universal de los cubanos, García Pascual consagró una parte significativa de su vida a acercar a Martí al hombre común, al ciudadano de a pie.
Ajeno a consignas, cenáculos, dogmas, pedestales y cualquier acto de superficialidad o actitud malsana, tan solo seducido por la personalidad irradiante del Maestro, apostó García Pascual por acercarse una y otra vez a la intimidad de su historia.
De tal suerte, halló y recuperó cartas y papeles inéditos, rastreó y obtuvo partidas de nacimiento, de bautismo, certificados de matrimonio y defunciones, que le permitieron esclarecer datos y fechas, esbozar ejes temáticos esenciales, dilucidar entuertos y confeccionar fichas biográficas de los más allegados al autor de los Versos Sencillos.
La exhaustiva cronología publicada en el número tercero del Anuario Martiano que se editaba en la Biblioteca Nacional (1971), así como la compilación de escritos que no habían sido recogidos en las Obras Completas –y que gracias a su tesón se incluyeron en el tomo 28–, fueron las semillas que fructificarían, andando el tiempo, en el más completo epistolario publicado hasta la fecha (1993), que luego iría corrigiendo y ampliando, y al que vinieron a sumarse Destinatario José Martí (1999), Entorno Martiano (2003) y José Martí: documentos familiares (2009).
Y si se le preguntaba de qué no se desprendería bajo ninguna circunstancia, afirmaba que no podría renunciar a su cubanía, a su perseverancia, a su martiana lealtad y, tampoco, al estuche diminuto en forma de corazón que llevó siempre, a manera de amuleto, con una porción de tierra que recogiera en 1995 en Dos Ríos.
Sus cenizas fueron esparcidas en la Fragua Martiana, como era su deseo. Yo prefiero imaginarlo inquieto y dichoso, más bien bajo, con su rostro apacible, el andar fácil y las manos ásperas casi centenarias, cual reliquias que recordaban una y otra vez el obrero que fue y que nunca dejó de ser.
Así lo he visto y lo seguiré viendo. Parafraseando al poeta, más que misterio, él es una suerte que nos acompaña… Incluso ahora cuando momentáneamente lo hemos perdido de vista, estoy convencido que bastará evocar la imagen entrañable de su decencia o, en todo caso, clavar la mirada en el Apóstol de Cuba para encontrarlo.
Tomado de: http://www.granma.cu/