José Martí: “Hasta hoy no me he sentido hombre”
Por: Carmen Suárez

Esto escribe el poeta cubano en una preciosa carta escrita entre el quince y el dieciséis de abril de 1895 y dirigida a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra. Con ella sucede un fenómeno recurrente en su escritura, podemos leer ciertos temas o adentrarnos en ciertos hechos de su vida con una técnica intertextual, por decirlo de algún modo, más que por atenernos a una teoría. Por ejemplo, Ismaelillo se debe leer dentro de un conjunto de textos que incluye borradores, apuntes y cartas; los Versos libres están profundamente enraizados en las Escenas norteamericanas y hay cartas y otras zonas de su escritura donde se reflexiona sobre ellos, o donde asoma el estilo, el ataque característico de esos versos; los Versos sencillos van punteando su biografía, sus apuntes, cartas y hasta magníficos ensayos políticos de la hondura de Nuestra América.
Primero describe su sentimiento como parte al fin de la tropa de soldados mambises comandados por el Mayor General Máximo Gómez, ya en Cuba libre:
Hasta hoy no me he sentido hombre. He vivido avergonzado, y arrastrando la cadena de mi patria, toda mi vida. La divina claridad del alma aligera mi cuerpo. Este reposo y bienestar explican la constancia con que los hombres se ofrecen al sacrificio.
Y más adelante, luego de narrar los detalles del viaje, el desembarco y la marcha por la manigua, describe el instante de aquella coronación interior de su vida:
Al caer la tarde vi bajar hacia la cañada al general Gómez seguido de los jefes, y me hicieron seña de que me quedase lejos. Me quedé mohíno, creyendo que iban a concertar algún peligro en que me dejarían atrás. A poco sube, llamándome, Ángel Guerra, con el rostro feliz, era que Gómez, como General en Jefe, había acordado, en consejo de Jefes, a la vez que reconocerme en la guerra como Delegado del Partido Revolucionario, nombrarme, en atención a mis servicios y a la opinión unánime que lo rodea, Mayor General del Ejército Libertador. ¡De un abrazo igualaban mi pobre vida a la de sus diez años!
Vienen enseguida a la mente, traídos naturalmente por estas reflexiones de enorme densidad sentimental –o sentimentalidad, una categoría cuya paternidad reclamó en un apunte suyo de estudiante de filosofía. Evocamos enseguida su recuerdo mambí de los días escolares del curso 1868-1869 en el colegio de Mendive: “No recuerdo yo aquellas noches de la calle del Prado, cuando el colegio que llamó él San Pablo porque La Luz había llamado al suyo el Salvador?” y nos cuenta que allí, su maestro seguía con sus amigos “de codos en el piano, la marcha de Céspedes en el mapa de Cuba”. Ya conspiraba entonces, y será condenado a presidio y desterrado a España, donde no dejará de denunciar los horrores de la metrópoli ante los que se llamaban republicanos españoles.
En 1877, le escribe al general Máximo Gómez desde Guatemala una síntesis magistral de su vida de veinticuatro años y de su aspiración:
De mí, tal vez nadie le dé razón, Rafael María de Mendive fue mi padre; de la escuela fui a la cárcel y a un presidio, y a un destierro, y a otro.—Aquí vivo, muerto de vergüenza porque no peleo.—Enfermo seriamente, y fuertemente atado, pienso, veo y escribo.—Veo las pobrezas de estas tierras, y pienso con orgullo que nosotros no las tendremos. En tanto que, en silencio, admiro a los que lo merecen, y envidio a los que luchan, sírvase darme las noticias históricas que le pido,—que tengo prisa de estudiarlas y de publicar las hazañas escondidas de nuestros grandes hombres.—Seré cronista ya que no puedo ser soldado.
Nunca publicó este libro que las circunstancias de su azarosa vida no le permitieron terminar. Reclamado por un lado por la pobreza y la necesidad de sobrevivir y ayudar a la familia y entregado a la causa de la emancipación y más tarde a la organización de la Guerra que habría de estallar en 1895, muchos sucedidos pospusieron y al fin frustraron la terminación de este libro y su publicación, ya que no el más profundo e inteligente estudio de la Guerra Grande o Guerra de 1868, cuyo detallado conocimiento fue una de las bases fundamentales de su estrategia futura. Y tanto, que en 1884 renuncia a los trabajos de organización de la guerra de emancipación que era el eje de su vida cuando por desacuerdos de estrategia le escribe a su admirado Máximo Gómez, en una carta dolorosísima que viene a sumarse a este registro temático. Cito in extenso para que se mida el tamaño moral de una renuncia afincada en la raíz de los sueños de un niño:
…y es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, embellecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo.
Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento:—y cuando en los trabajos preparatorios de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de la fe y de guerra que levante este espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la guerra ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?: ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse de él?
Tiemblo al leer esta carta y recuerdo también un verso libre de José Martí:
Donde el alma entra a flor, donde palpitan,
Susurran, y echan a volar, las rosas,
Allí, donde hay amor, allí en las aspas
Mismas de las estrellas me embistieron!—
Y luego vinieron años duros lejos de los trabajos conspirativos.
Finalmente, sin embargo, la embestida terminó poniendo las cosas en su lugar, José Martí organizó la Guerra de 1895 y ya en campaña por los campos de Cuba, acampados en el rancho de Tavera, el día 15 de abril, unas pocas semanas antes de su caída en combate, queda en su diario el testimonio de lo que coronó el sentido de su vida, escrito sencilla y naturalmente, como “un servidor heroico y modesto”. Texto alrededor del cual giran todos los anteriores:
Al caer la tarde, en fila la gente, sale a la cañada el General, con Paquito, Guerra y Ruenes. “¿Nos permite a los 3 solos?” Me resigno mohíno. ¿Será algún peligro? Sube Ángel Guerra, llamándome, y el Capitán Cardoso. Gómez al pie del monte en la vereda de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que, aparte de reconocer en mí al Delegado, el Ejército Libertador, por él electo en consejo de jefes, me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos.—A la noche, carne de puerco con aceite de coco, y es buena.
Este entrelazamiento de textos encaminados a trazar de manera concisa y rápida momentos de la acción política martiana y de su muy temprana elección del objetivo esencial de su vida, cargados todos de la emoción y de la poesía que dimanan de todos los momentos de su ser sean hoy un homenaje humilde a quien trabajó sin descanso y sin concesiones por su vocación liberadora.