Si hay una etapa de la vida que seguramente todos añoran es la juventud. Optimismo desenfrenado, espíritu rebelde, contestatario, transformador; alegría, entusiasmo, metas y sueños; sentir que hay mucho por lograr y hacer lo posible para conseguirlo.
A lo largo de la historia, la juventud ha sido protagonista e impulsora de cambios: procesos independentistas, movimientos sociales, políticos y culturales progresistas.
En el caso de Cuba, la Revolución que trajo la libertad, la dignidad, la justicia y devolvió la esperanza al pueblo, estuvo protagonizada por jóvenes. La llamada Generación del Centenario bebió del ejemplo de un José Martí que con apenas 16 años ya estaba en prisión por defender sus principios e ideales políticos independentistas.
Fueron jóvenes, muchos todavía adolescentes, quienes protagonizaron aquella gloriosa hazaña que fue la Campaña Nacional de Alfabetización, tras la cual Cuba se convirtió en el primer país libre de analfabetismo en América Latina. También jóvenes estuvieron en primera línea de combate en Playa Girón, cuando los enemigos imperialistas intentaron apoderarse de nuestro suelo y recibieron aquella gran derrota.
Jóvenes hubo siempre en las misiones internacionalistas, dispuestos no solo a dar la vida por su país, sino a defender la libertad de cualquier otro pueblo del mundo, pues aprendieron que así son los verdaderos revolucionarios.
A lo largo de estos 58 años de Revolución han mantenido su papel de vanguardia en la sociedad; un papel que sin dudas tuvo siempre bien claro y defendió nuestro eterno líder, Fidel Castro Ruz.
“Creer en la juventud es ver en la juventud la mejor materia prima de la patria (…), es mirar todo lo que nuestra juventud puede hacer; es ver en esa juventud los dignos continuadores de la obra revolucionaria; (…) mejores todavía que nosotros mismos”, expresó el Comandante en Jefe en la clausura del Congreso de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, el 4 de abril de 1962.
Es por esa razón que ser joven en Cuba implica mucho más que la altivez de esa etapa. Conlleva un enorme compromiso con la historia y con todos aquellos que escribieron antes sus páginas.
El mundo de hoy, al que los jóvenes cubanos también pertenecen, por supuesto, está mediado por un poder imperial hegemónico y prepotente. Los modelos de éxito que más se venden son aquellos conquistados no por valores y principios humanos, sino por grandes fortunas y egoísmos.
Las sociedades son cada vez más mediáticas y tecnológicas, a la vez que los medios y las nuevas tecnologías están, cada vez más, en manos de los poderosos. Unos pocos países expolian a los otros y controlan el mundo por medio de las guerras. Las personas, mientras más tienen, más valen, según cierto canon generalizado. La naturaleza y la gran mayoría de los habitantes del planeta pagan las consecuencias.
En medio de tales circunstancias, ¿Qué implica ser un joven cubano? ¿Qué implica vivir en esta pequeña isla, muy cerca del país más poderoso del mundo? ¿Qué implica ser parte de un modelo social que pone como centro al ser humano, que premia sus valores, su preparación, su compromiso?
No cabe duda que ser un joven cubano de estos tiempos es una suerte y un deber. En los días posteriores al pasado 25 de noviembre, tras la noticia del fallecimiento del líder de la Revolución cubana, fue la juventud cubana la que hizo temblar la tierra con una frase que estremeció al mundo.
“¡Yo soy Fidel!” era mucho más que tres palabras. Era una idea de continuidad, de orgullo, de agradecimiento. Eran los jóvenes haciendo patente que ellos eran, son, esa arcilla fundamental de la Revolución de la que habló el Che.
Eran, son, ellos en respuesta a aquella frase de Fidel: “Si los jóvenes fallan, todo fallará. Es mi más profunda convicción que la juventud cubana luchará por impedirlo. Creo en ustedes”.
Y no fallaron, ni fallarán jamás, porque se han formado en valores que no se compran ni se venden; porque en nuestros jóvenes está el orgullo de ser cubano, de las tradiciones heredadas; de ser descendientes de Martí, Maceo, Mariana, Mella, Villena, José Antonio, Camilo, Abel, el Che, Vilma, Celia y Fidel.
Nuestros jóvenes están orgullosos de su historia. Saben que el compromiso de seguir escribiéndola es suyo y tienen la convicción profunda de que no habrá fracaso, porque la juventud cubana no fallará.