La creación de todo buen autor siempre brinda obras sustantivas. En el caso de José Martí esa sustantividad se multiplica por etapas, géneros, estilos. Si viajamos cronológicamente en su quehacer, sobresale en sus inicios escriturales una pieza esencial para entender su trayectoria como escritor y revolucionario radical. Me refiero a El presidio político en Cuba (1871)[1] que, precisamente, este año arriba al aniversario 149 de su publicación.
Pero ¿por qué volver una y otra vez sobre esta pieza? ¿Qué razones la puede relacionar con nuestra contemporaneidad? Además de los valores estéticos trascendentes implícitos en su mensaje, pueden existir otras: una de ellas consiste en que las injustas estancias en presidio se repiten en numerosos lugares del planeta en el transcurso de la historia e, incluso, con marcada frecuencia en la actualidad. Pero, además, el grito de inconformidad que emerge de las páginas de este peculiar texto es afín a otros reclamos después de más de un siglo de supuesto desarrollo y crecimiento de las sociedades modernas.
Es cierto que la experiencia periodística de José Martí anterior a la publicación de El presidio político en Cuba era breve[2] y después de su salida de la cárcel lo embargaba una urgente necesidad de expresar la experiencia vivida en aquel espacio. No creo que el joven de diecisiete años haya seleccionado previamente un género periodístico o literario para comunicar la verdad que lo estaba asfixiando.
Intuitivamente Martí narró y reflexionó aquellas vivencias que marcarían para siempre su existencia desde todos los puntos de vista: físico, espiritual, cognoscitivo y que determinarían su cosmovisión: “Rara vez me río ya: no hallo nada que seduzca mi vista, nada que distraiga mi pensamiento”.[3] Es solo una afirmación juvenil; pero esa sensación la guarda para toda la vida. Son las huellas imborrables de la prisión en su espíritu, en su carácter.
Necesariamente puede hablarse de un José Martí antes y después de su estancia en el presidio. Este espacio significó la pérdida de la inocencia del adolescente. Fue un brusco y precoz crecimiento. Fue un salto súbito a la adultez, a la madurez, a la consolidación de su carácter.
El presidio lo catapultó a la cruda realidad que vivía la Isla en aquella época. Su recuerdo había pasado a ser una pesadilla, y necesitaba, por él y por todos los que dejó en las canteras, dar a conocer ese régimen porque era la patria la que estaba siendo oprimida. Martí comienza, pues, a expresarse por una necesidad visceral de hacerlo. El talento precoz del adolescente y la impronta que significó la estancia en las canteras de San Lázaro catalizaron la necesidad de expresión en el joven. Además, tuvo a su favor las enseñanzas del Colegio de Rafael María de Mendive.
Lo grotesco, lo terrible, lo tétrico que reinaba en el presidio está narrado poéticamente elevando el nivel estético del discurso. No se debe olvidar que es un poeta en ciernes el que narra y reflexiona.
Es un grito de angustia cuya autenticidad se logra por el realismo crudo que está implícito en su discurso, por lo patético de sus escenas y los cuadros que presenta. Es, a su vez, una expresión de profundo sentido patriótico y humano que tiene una naturaleza dual, pues se narra y reflexiona sobre el mundo que está viviendo y padeciendo el narrador-personaje que ha sido testigo principal de los hechos y cuya voz centraliza todo el discurso.
El presidio político en Cuba se caracteriza por ser profundamente conmovedor. Es otra de las inquietantes páginas de nuestra historia. Cada detalle que decide brindar lo hace de manera desgarrante, es decir, se regodea en ofrecer todos los matices dramáticos posibles que demuestran una marcada intención.
La narración está empleada como denuncia, como instrumento de una sui generis propaganda política. Esa es su estrategia esencial para dar a conocer los hechos. Ese es su modo de crítica social: una profunda denuncia desde la narración misma.
[1] José Martí: El presidio político en Cuba. Imprenta de Ramón Ramírez, Madrid, 1871.
[2] Había publicado en 1869: una reflexión a manera de editorial en El Diablo cojuelo, su poema dramático “Abdala” en La Patria Libre y el soneto “10 de octubre” en el periódico manuscrito El Siboney.
[3] José Martí: “El presidio político en Cuba”. En Obras completas (ed. crítica), T. 1, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2000, p. 52.