“Un voyage a Venezuela”, una travesía desechada
Por: Mayra Beatriz Martínez

Martí, exiliado de su tierra natal durante la mayor parte de su vida, viajero impenitente, caminador de llanos y montañas, residente o visitante interesado en principales ciudades del Caribe, Europa, Norte, Centro y Suramérica, comprometió sus relaciones de viaje, sobre todo, con nuestra América subalterna. La ancilaridad característica de su obra hace que hasta algunos de esos registros no concebidos para ser publicados –cartas, diarios íntimos, anotaciones personales…– resulten, no obstante, espejo de su reflexión esencialmente americanista, del avance progresivo de su conocimiento de la cultura de nuestros pueblos y de su concientización de los problemas continentales.

Uno de sus documentos más olvidados dentro de su corpus narrativo de viajero resulta curiosamente especial: es el manuscrito inconcluso que relatara su llegada a la tierra del Libertador en 1881, expresión de una etapa fundamental para la maduración literaria y política del Apóstol. Estas memorias escritas en francés, que tituló, sencillamente, “Un viaje a Venezuela” (“Un voyage a Venezuela”), constituyen un compendio paradójicamente breve y prolijo, harto sugerente e instructivo del país que conoció y del que se declaró, en otro momento, ferviente hijo. Se supone escrito entre agosto de 1881 y enero de 1882 y, si así fuera, los números de su Revista Venezolana –y la apertura que para las letras hispanoamericanas significó en tanto otro umbral al modernismo, paralelo a su concepción del poemario Ismaelillo– habían sido recepcionados ya con simpatía por la intelectualidad caraqueña de avanzada. Ante estos hechos, se dice que el presidente, general Guzmán Blanco, ejerció presiones para que el joven Martí abandonara el país, lo que ocurriría, finalmente, en julio de ese propio año, tras la segunda salida de su revista.

Sucede que, al parecer, en paralelo con estos acontecimientos –gratos y nefastos–, había comenzado a redactar en francés aquellas anotaciones, lamentablemente inconclusas, que se interrumpen de súbito, en medio de una descripción enamorada de la ciudad de Caracas. No había evitado Martí, sin embargo, iniciarlas con una penetrante meditación, cargada de advertencias para todos los países de nuestra América, ante la apetencia de los nuevos centros de poder capitalista, que termina diluyéndose en recuento ameno y vigoroso de su arribo, vía Curazao.

Aunque presuponemos que los sentimientos martianos habrían de ser bien contrapuestos cuando se da a la tarea de resumir estas impresiones –gozo e impotencia se transparentan en ellas–, resulta significativa la distancia que logra tomar, en tanto narrador, frente a hechos, personajes y ambientes. No hay mucho de anécdota personal en sus pocas páginas.

Puestos a analizar el texto, percibimos una peculiaridad respecto a la gran mayoría de su narrativa de viaje, fundamentada, al parecer, en el hecho de que se trata de una narración que, inicialmente, sí pretendió publicar: se evidencia en su asunción de un determinado punto de vista negociado entre lo que quería y lo que podía o debía decir en función del público a quien aspiraba dirigirlo. Algunos elementos nos hacen pensar que debió tratarse de un texto destinado al consumo estadounidense. El hecho de que se redacte originalmente en francés –es la única versión martiana que conocemos–, lejos de hacernos desestimar este supuesto, nos lo corrobora: Martí escribió al inicio sus artículos periodísticos publicados en los Estados Unidos en su francés algo incorrecto –pero, al parecer, mejor que su inglés inicial– para que luego fueran traducidos.[1] Y ya sabemos que se desempeñó como profesor de francés justo durante su estancia venezolana.

Por otra parte, desde el principio, el propio texto denuncia su intención. Nos habla de “esos” pueblos amenazados, que piden su puesto en el concierto universal “en su bello idioma español”[2] –es decir, el de ellos–, lengua, supuestamente, que no es de quien escribe ni de quien lee. Más adelante, se refiere a “esos países nuevos”,[3] sin identificarse con ellos. Este posicionamiento, pues, resulta definitorio para corroborar cuál debía haber sido el destino de las notas; en especial, el momento en que el autor, en uso de la voz narrativa, revela de manera abierta la pertenencia asumida. Cito: “Después de habernos despedido de nuestra maravillosa bahía, no se extraña la grandeza del mar, ni sus ruidos, ni su majestad, ni su belleza: salimos de Nueva York”.[4]

Es importante tener esto en cuenta a la hora de valorar qué aspiraba expresar su autor al pueblo estadounidense mediante este documento y cómo trataba de hacerlo. Y no por simple problema de mercado. Lo excepcional radica en que no opta aquí por colocarse desde el margen –desde nuestra América desplazada– para expresar lo periférico, sino que, de modo significativo, adopta la alternativa de expresarlo representativamente desde el discurso central mediante la voz de un individuo autenticado, legitimado: es decir, un Martí periodista neoyorkino. Utiliza el espacio de la ley, de la autoridad, para tratar de crear, en medio de esa corriente discursiva central, un espacio de legitimidad posible para uno de nuestros conglomerados humanos, habitualmente silenciados.

De manera parecida, había operado un año antes cuando escribiera para el The Hour, de Nueva York, su serie de sus “Impressions of América”, que firmara como un “español recién llegado” –tal y como ha sido traducido: “Bay a very fresh spaniard”–: desde luego, un narrador mucho más digno de atención para el público a que iba destinado su mensaje que si se tratase de “José Martí”, un humilde “cubano recién llegado”.[5]

Podemos asumir que su propósito fue inscribir la problemática de la república venezolana en el discurso de centro, inherente a la modernidad hegemónica, y expresar con ello la posibilidad del intercambio, en calidad de iguales, entre los distintos pueblos “civilizados” –muy en especial de intercambio en la esfera económica como garantía del anunciado progreso futuro. En busca de legitimación para la Venezuela “moderna”, justamente acude allí a referencialidades de ese universo ajeno. Un ejemplo:

[1] Según el testimonio de su entonces amigo, el periodista y editor estadounidense Charles Anderson Dana, en su época inicial de colaborador en The New York Sun –recordemos que Dana era propietario de este periódico–, Martí entregaba todos sus textos en francés.

[2] José Martí: “Un viaje a Venezuela”, Obras completas. Edición crítica, t. 13, Centro de Estudios Martianos, 2010, p. 138. (En lo adelante JM).

[3] Ibídem, p. 139.

[4] Ibídem, p. 141.

[5] Claro, en puridad Martí era español, nacido en una colonia peninsular, como lo recoge su pasaporte.

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