El fecundo diálogo de generaciones que de diversas formas tiene lugar a lo largo y ancho de nuestro país ha servido, entre otras cosas, para evidenciar que las ideas imperecederas de José Martí siguen siendo la columna vertebral del pensamiento nacional, como lo fueron ayer y, según se aprecia, así se mantendrán.
No resulta arriesgado afirmar, por tanto, que el pensamiento y la obra martianos constituyen la brújula y sostén moral de esta Patria cubana que tiene en el Apóstol a su hijo más universal, relevante e integral a lo largo de todos los tiempos, aun antes y después de la formación de la nacionalidad cubana, en el largo y azaroso proceso donde no pocos grandes hombres han tenido el privilegio de producir esta isla pequeña por su tamaño, pero extraordinaria por sus hazañas.
Fidel lo proclamó sin vacilación como «el autor intelectual» del asalto al Cuartel Moncada durante su autodefensa en el memorable juicio y esa autoría puede extenderse a toda la lucha insurreccional contra la tiranía batistiana en las montañas y en los llanos que nos condujo al triunfo revolucionario. Inspirados en las ideas y seguidores de su ejemplo cayeron nuestros héroes y mártires a lo largo de aquella dura contienda y posteriormente en la defensa patriótica e internacionalista de nuestra Revolución durante más de medio siglo.
Siguiendo la línea invariable de continuidad y fidelidad al pensamiento martiano la Primera Conferencia Nacional del Partido —en enero de 2012— orientó y recogió entre sus acuerdos «profundizar en el legado ético, humanista y antiimperialista del pensamiento y obra de José Martí como fundamento esencial de la práctica revolucionaria».