El sintético análisis histórico que de las sociedades latinoamericanas que hace José Martí en su ensayo Nuestra América convierte el texto en un paradigma para los que se aproximan a la comprensión de la identidad latinoamericana. Evidencia el conocimiento que su autor poseía de nuestras particularidades psicosociales del Bravo a la Patagonia y que a la par convierten al cubano en uno de los próceres cimeros de la independencia de la región.
A 130 años de su primera publicación, en enero de 1991, la obra mantiene una singular vigencia dado que de forma implícita plasma su cuidadoso estudio de nuestras especificidades. El cubano parte de la raíz de lo que constituye Hispanoamérica, un producto híbrido. Así toma como inicio el choque intercultural que estableció el “encuentro entre dos mundos”, la conquista y ulterior colonización desplegada por los europeos, expresa: «De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas».[1]
Su enunciado de forma sistémica aquilata la realidad regional que él venía justipreciando con anterioridad, desde su época guatemalteca cuando se proyecta sobre la constitución promulgada en ese país en 1876,[2] pero que podemos resumir apoyándonos en otro de sus textos, más cercano al ensayo en cuestión, su discurso pronunciado el 19 de diciembre de 1889 y conocido como “Madre América”, en él señala: «Del arado nació la América del Norte, y la española del perro de presa».[3]
La expresión resume todo un proceso diferenciador de las dos facciones continentales. En Latinoamérica el curso natural de las civilizaciones autóctonas quedó trunco por la conquista, del choque sin embargo brotó la civilización hispanoamericana y su sello híbrido. La tragedia colonial se mantuvo por más de tres siglos en ese tiempo la fusión de componentes se exacerbó. Contra su opresión hubo reiterados enfrentamientos, ya en el primer cuarto del siglo XIX las gestas independentistas logran liberarse los pueblos del continente, solo Cuba y Puerto Rico quedarían tiranizadas.
Un nuevo capítulo se abrió en tierra firme luego de la victoria, las ideas ilustradas que habían dado calor a la independencia fueron contrapuestas a lo tradicional, se vio a solo España como el atraso y la barbarie, entonces diversos paradigmas se tomaron. El modelo norteamericano que se fue desarrollando en América Latina desde finales del siglo XVIII era soportado por dos razones fundamentales: la emancipación de las trece colonias y la proclamación de la libertad americana por Thomas Paine. Por otra parte la influencia europea, sobre todo inglesa y francesa que aparece en la misma época tras la revolución francesa y la declaración de derechos del hombre, que sustentaba: Todos los hombres nacen y mueren libres e iguales en sus derechos.
La libertad e igualdad enarbolada por las nuevas, aunque no lograda, hizo que a mediados del siglo XIX asumiendo esas vías foráneas se llegue a un rechazo tal de lo que por tres siglo habíamos adquirido que se empezó a identificar lo propio con el término «barbarie», oponiéndolo a lo europeo y norte americano, tomado por aquellos ideólogos como paradigmas civilizatorio. La más recordada de aquellas fórmulas es la que ofrece el escritor y político argentino Domingo Faustino Sarmiento en el libro Facundo, donde mediante la crítica a los caudillos locales hace una fuerte oposición a nuestra herencia cultural.
Esa postura fue criticada por Martí en Nuestra América, donde apunta: «No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre falsa erudición y naturaleza»[4]. Continúa su exposición dando cuentas de que el error en el área provino de la contradicción ideal vs. Realidad, de la incomprensión de nuestras esencias. Señala la realidad: «La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia»[5].
Tal planteamiento arremete contra la intentona extranjerizante en nuestra América; nosotros resultado del violento proceso conquista y colonización que nos dejó una impronta nítida se afectaría en demasía con la imposición de cánones diseñados para otras realidades, y aplicados a nuestros problemas no le pondrían remedio pues solo derivarían en hipotéticas soluciones para las verdaderas dolencias. Resultaba indispensable crear.
Para construir pueblos nuevos se debía redimir primero al hombre, a los elementos naturales que nos componen, los que fueron marginados durante la colonia y que siendo los actores básicos de la independencia luego en ella se vieron postergados. Para marchar adelante, inexorablemente hay que incorporar a esta masa mayoritaria a nuestro andar, de ahí que señale: «La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país».[6]
Sin embargo, para conseguir la ansiada meta había que prepararse, que construir las trincheras de idea de la que nos habla, que rescatar nuestra alma propia, esa que nítida se manifestó durante la gesta independentista. Había que desprenderse de las cadenas psicológicas de la colonia, de lo otrora impuesto, a la par encarar a los que pretende paliar la situación implantando moldes ajenos. José Martí está entre los primeros hispanoamericanos enfrascados en esta labor de fundar una identidad continental propia.
La victoria que con las armas echó abajo el dominio español de ultramar no consiguió deponer sus patrones y actuar, las viejas marcas no fueron derogadas en los países independientes: «La colonia continuó viviendo en la república».[7] El drama americano del siglo XIX se desenvuelve sobre las viejas estructuras heredadas de un pasado discordante y su enfrentamiento a fórmulas extranjerizantes. De ahí la precisión martiana: «El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu»[8].
Lo comprobado por Martí en sus jornadas de México, Guatemala y Venezuela le permitió corroborar que la copia de costumbres sociales o sistemas políticos y económicos no era una salida. Se debe adquirir lo mejor de la experiencia extranjera pero siempre conservando la raíz propia: «Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas», [9] esa fue su expresión sintética acerca de la estrategia a seguir.
Para ello se requiere de un profundo conocimiento de la historia, de los pueblos que se gobiernan, de sus realidades; solo partiendo de esas premisas se llegaría a trazar una política acorde con los intereses patrios. A la sazón escribe:
Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Siryés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.[10]
Insiste en la preparación del futuro, en los hombres que en lo adelante guiarían a las nuevas naciones, para ellos escribe: «La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los Arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria»[11]. Sin nihilismo se abre al porvenir al conocimiento universal, mas subrayando lo nuestro, la identidad que define ese grupo de pueblos que se esparcen al sur del río Bravo.
El condensado análisis que desarrolla el cubano en su ensayo resume los tópicos fundamentales de la historia y la sociedad americana, de nuestros sueños y esperanzas, de los caracteres que nos componen y caracterizan. No deja de animar la integración, depositaba su confianza en esos lazos que rescatados siempre logran nuestros sueños y esperanzas, que al olvido han causado nuestras derrotas, por ello animado a vencer platea: “Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.”[12] Unirnos, conscientes de quienes somos de dónde venimos y hacia dónde queremos ir es el mensaje que nos envía Martí y que a ciento treinta años resulta actual.
[1] José Martí: “Nuestra América”, José Martí Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 6, p. 16. (en lo adelante O.C.)
[2] Véase de José Martí “Los Códigos Nuevos”, en José Martí Edición Crítica Obras Completas, Editorial del Centro de Estudios Martianos, 2009, t. 5, p. 89. (en lo adelante O.C.E.C.)
[3] José Martí: “Discurso pronunciado en la velada artístico-literaria de Sociedad Literaria Hispanoamericana, el 19 de diciembre de 1889, a la que asistieron los delegados a la Conferencia Internacional Americana”, O.C., t. 6, p. 136.
[4] José Martí: “Nuestra América”, O.C., t. 6, p. 17.
[5] Ibídem, pp. 16-17.
[6] Idem. p. 17.
[7] Idem. p. 19.
[8] Idem, p. 19.
[9] Idem. p. 18.
[10] Idem. p. 17.
[11] Idem. p. 18.
[12] Idem. p. 15.