Nuestra América en el centro de la poética martiana
Por: Dra. Lourdes Ocampo Andina

“Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”, dice José Martí en el texto “Nuestra América”. Este precepto resulta fundamental y es uno de los principios básicos de la poética de nuestro Apóstol, así como del Modernismo latinoamericano. El conocimiento profundo de la historia, de las raíces patrias es el primer paso para llevar a las repúblicas nuevas a buen puerto.

Para la educación del infante propone La Edad de Oro, publicación periódica de cuatro números que están en función de la formación amena del infante, y esa preparación pasa por la cuidada selección de las temáticas de la revista, en la que se conjugan América y lo que puede serle útil del mundo. Su estructura así lo valida. No es casual que el primer número comience con “Tres héroes”, es un primer acercamiento a la patria americana y a los próceres de la independencia que presenta como hombres, en su plena humanidad, aspecto que contrasta con los héroes homéricos cuya descripción también tendrá lugar en ese número.

La historia de los tres héroes, se presenta a los niños con la justificación de sus actos guerreros:

Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados. Estos tres hombres son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de la Plata; Hidalgo, de México. Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.

Escribe de tal manera que explica a los niños la necesidad de la guerra: cuando se ha mancillado la dignidad humana, y también les enfatiza en los defectos, que representan su humanidad. Mientras que el texto sobre la Ilíada de Homero está en función de mostrar un clásico de la literatura universal y a su vez discernir sus aspectos valiosos para América: critica el sistema monárquico, el carácter divino de los reyes, —recuérdese que el proyecto independentista martiano se construye por la liberación de Cuba del coloniaje español, y por ende de los reyes que gobiernan la península— que pero su énfasis mayor se pone en los aciertos, dignos de seguir y aplicables a nuestro continente: “Pero lo hermoso de la Ilíada es aquella manera con que pinta el mundo, como si lo viera el hombre por primera vez, […] es el modo de decir las cosas, sin esas palabras fanfarronas que los poetas usan porque les suenan bien; sino con palabras muy pocas y fuertes, […] No busca Homero las comparaciones en las cosas que no se ven, sino en las que se ven: de modo que lo que él cuenta no se olvida, porque es como si se lo hubiera tenido delante de los ojos”.

La construcción de un discurso netamente americano, centrado en el conocimiento propio y con la síntesis de lo útil de otras culturas, no solo tiene lugar en La Edad de Oro. En su poesía el mundo, América y Cuba están estrechamente ligados. El símbolo es el medio fundamental de condensación de significados. En sus Versos sencillos el universo, América y Cuba constituyen tres espacios entrelazados, y es por medio del símbolo que logra el entrecruzamiento de caminos:

Yo vengo de todas partes,

Y hacia todas partes voy:

Arte soy entre las artes,

En los montes, monte soy

Desde los comienzos de este libro de versos proclama la universalidad de su literatura, universalidad que logra por ser profundamente americana. Muchos de estos versos rememoran directamente al Romancero español, como es el caso del poema IX que comienza “Quiero a la sombra de un ala” popularmente conocido como “La niña de Guatemala”. Parte de un hecho preciso: la historia de María García Granados, hija del expresidente guatemalteco Manuel García Granados, que estaba enamorada de Martí y quien falleciera a causa de una neumonía. El poema, en una lectura somera pudiera parecer extraño: describe las exequias de una mujer que ha muerto de amor… por él. Sin embargo el poema se inscribe como un clásico de la modernidad hispanoamericana, porque va mucho más allá de la anécdota.

Los versos se apoyan en una fuente folklórica: la poética de los antiguos romances españoles de donde precisamente se apropia también de elementos descriptivos relacionados con la ceremonia de las exequias. El método del paralelismo, propio de ellos, actúa aquí como un principio constructivo básico que permite crear una composición en extremo elegante, basada en la versificación reiterada y de muchos niveles que componen sus unidades e imágenes sintácticas y rítmicas. Su estudio revela el interés martiano por la poesía popular, y su conocimiento del Romancero español. Los metros, cortos, son aptos para ser cantados y se perciben en ellos fórmulas de iteración tradicionales asumidas de la poesía cantada de varios lugares del mundo.

¿Dónde vas, Alfonso XII?

De los árboles frutales    me gusta el melocotón

y de los reyes de España    Alfonsito de Borbón.

–¿Dónde vas, Alfonso XII,    dónde vas, triste de ti?

–Voy a buscar a Mercedes    que ayer tarde no la vi.

–Si Mercedes ya está muerta,    muerta está que yo la vi,

cuatro duques la llevaban    por las calles de Madrid.

Su carita era de rosa,    sus manitas de marfil

y el velo que la cubría    era un rico carmesí;

y los zapatos que llevaba    era de un rico charol,

regalados por Alfonso    el día que se casó.

Los faroles del palacio    no nos quieren alumbrar

porque se ha muerto Mercedes    y luto quieren guardar.

Llora, llora, Alfonso XII,    y no dejes de llorar,

que reina como Mercedes    no volvieras a casar.

Puede apreciarse la semejanza de este romance en la descripción de la dama muerta, con la descripción martiana de la doncella, y del cortejo fúnebre:

Besé su mano afilada,

Besé sus zapatos blancos.

[…]

Iban cargándola en andas

Obispos y embajadores:

Detrás iba el pueblo en tandas,

Todo cargado de flores.

Solo que en el texto moderno, se incorpora como elemento activo al pueblo, no solo son los nobles; nobles modernos: obispos y embajadores, sino que llora la muerte a la par del poeta una voz colectiva: el pueblo, que como tributo estaba “todo cargado de flores”, y con él personifica a América en la literatura.

La idea martiana de la literatura nacional está fundamentada en la búsqueda de la identidad latinoamericana basada en la síntesis de la historia, de la cultura indígena y la europea y de la modernidad. Desde épocas tempranas como 1875 reconoce la necesidad de una literatura propia: “Un pueblo nuevo necesita una nueva literatura. Esta vida exuberante debe manifestarse de una manera propia. // La literatura es la bella forma de los pueblos. Con pueblos nuevos, ley es esencial que una literatura nueva surja.”[1] Para Martí lo identitario radica en la síntesis del pasado americano con el progreso moderno y la originalidad.

La incorporación de los elementos europeos contrastados con los americanos la podemos apreciar como una constante: “de nuestras aguas estáis bebiendo, sobre n/ ciudades levantasteis vuestras ciudades, y vuestras imágenes son de madera, y las nuestras son de piedra. León teníais, y Salamanca y Burgos, porque Sevilla y Granada y Toledo son moras, Cholula, Chichén, Uxmal, Tenoch, Utatlán” y si bien la comparación se realiza con ciudades españolas, luego se extiende más allá y relaciona las culturas indígenas con la hindú: “Solo a los hindús se parecen las esculturas americanas, tan ricas en revueltas curvas, en extraños adornos, en menudos detalles que parecen las plumas de la piedra”.[2] La propuesta martiana de una poética de América incluye todo aquello válido para el continente y que se avenga a su sentir, su carácter y su idiosincrasia.

[1] JM: OCEC, t. 2, p. 39.

[2] JM: “Fragmentos”, en OC, t. 22, p. 27.