Verteré con juicios míos, cuanto sobre adelanto de ciencias, mejoramiento de artes y publicaciones de libros en los otros mundos sepa.
José Martí (1877)
Ya no es andar por terrenos vírgenes la cuestión de examinar el trabajo de José Martí como traductor. Los últimos años del apenas pasado siglo xx y el alba del milenio tercero han visto expandirse relativamente este sujeto de estudio en numerosos artículos y hasta en algunos libros notables.[1] Sin embargo, a medida que se profundiza en el tema, se alumbran y esbozan zonas y aspectos de la escritura martiana involucrados en la traducción, que hacen prever, sin lugar a dudas, una ancha franja de su escritura necesitada de estudios puntuales y esclarecimientos y hasta tenemos enigmas y búsquedas sugestivas como es el caso de la traducción perdida de Lalla Rookh, de Thomas Moore, de la que Martí habla con tanto apego y pasión, como de un texto a punto de publicarse.[2]
La lectura atenta de la bibliografía reciente sobre la labor traduccional de José Martí me sugiere algunas reflexiones en torno al lugar de la traducción dentro de la poética martiana. Cuando se comprueba que la actividad traductora subyace en gran parte de la obra literaria del Maestro, tanto en prosa como en verso y que en su trabajo como escritor utilizó desprejuiciadamente una gran cantidad de técnicas traduccionales que van de la ortodoxa traducción formal, atenida al polémico criterio de “fidelidad” al texto de partida hasta las modalidades de imitaciones, versiones y decididas manipulaciones textuales donde su voz autoral recrea e interpreta el material de fuente extranjera,[3] se hace imprescindible conectar este trabajo con su propia poética y articular la verdadera dimensión que le corresponde dentro del corpus total de su obra, que forma parte a su vez de un proceso mucho más amplio: el de la formación de una literatura nacional en Cuba, así como de las diversas literaturas nacionales hispanoamericanas, con su característico conflicto de identidad nacional e identidad continental interactuando de manera compleja con Europa en primer lugar y más específica, complicada y riesgosamente, con Estados Unidos de Norteamérica. Repasemos algunos tópicos en torno a su epistemología de la traducción:
El siglo xix –y me referiré solo a Cuba–, exhibe una constante labor de traducción, de ninguna manera destinada a una industria del libro o de las publicaciones periódicas, que no existía, sino centrada en el estudio y ensanche del horizonte cultural cubano en un momento de incesante incorporación y asimilación de modelos de pensamiento, formas e ideas con las que encauzar el propio universo existencial de los hombres ilustrados de la Isla y, a través de ellos de toda la cultura de esa comunidad que se afirmaba así desde sus raíces más populares hasta sus estratos de pensadores y poetas.[5]
José de la Luz y Caballero traduciendo Viaje por Egipto y Siria durante los años de 1783, 1784 y 1785 (Didot, París, l830) del conde de Volney, con un estilo ilustrado de la traducción –coloca apéndices complementarios, notas que sugieren un vínculo con la realidad cubana de la época, glosas que actualizan la información original–, por otro lado Heredia creando imitaciones románticas de Byron o de Lamartine, forman parte de estos traductores de la primera mitad del siglo, y luego Martí, en sus días escolares recibirá el magisterio de Rafael María de Mendive, traductor de las Melodías Irlandesas de Thomas Moore y de muchos otros poetas. En ese contexto se inserta naturalmente su obra traduccional.[6]
José Martí trabajó como creador, periodista y hombre de letras junto a otros traductores que fueron sus compañeros de generación cubanos y latinoamericanos, y que más allá de las aspiraciones ilustradas y románticas de las primeras generaciones de traductores literarios de la primera mitad del siglo xix, se vieron comprometidos con la necesidad de instaurar el discurso de la modernidad así como la de formular proyectos alternativos para una modernidad capitalista emergente en un continente recién salido de la colonización española, y, en el caso de Cuba, aún en la batalla por librarse de ella, y en la vecindad de un país que adelantaba vorazmente y se medía con las primeras potencias del mundo.[7]
Esta tarea especialmente compleja la describirá el trabajo traduccional martiano de una manera deslumbrante y que será, en sí mismo, como procedimiento intercultural y mediador, como proceso de reescritura, una de las aventuras más apasionantes de la literatura hispanoamericana.[8] Es lo que se me aparece hoy como el costado más actual y provocativo para el estudioso de la traducción martiana en estos días –¿aurorales?– de la primera década del 2000.
Pero donde quiero detenerme es en la obra más vasta y compleja, en la que la traducción interviene como uno de los procedimientos fundamentales de la dinámica de su escritura: las Escenas Norteamericanas, donde se trata de la crónica modernista, en la que los procedimientos clásicos de la traducción aparecen insertados en la escritura y tejidos con narraciones, tiradas reflexivas, textos poéticos, diálogos, conformando unidades de rara maestría en las que la ficción, el testimonio, la poesía y la reflexión interpretan y enjuician mundos otros expresados y generados por otra lengua-cultura.[10]
[1] Cito, en lo fundamental los textos de Lourdes Arencibia, El traductor Martí, Ediciones Hermanos Loynaz, Pinar del Río, 2000 (171 p.), y Leonel de Cuesta, Martí, traductor, Cátedra de Poética “Fray Luis de León”, Universidad Pontificia de Salamanca, 1996 (235 p.). Al final del texto se adjuntará una bibliografía del tema hasta donde he podido reunirla, pero me gustaría mencionar a dos estudiosos cubanos que trabajan actualmente en la obra traduccional martiana con ahínco y éxito. Uno es el licenciado Félix Flores, quien ya tiene en su haber varios acercamientos de tipo lingüístico a las traducciones martianas en inglés, y quien recientemente recibió el Premio David, de Ensayo, de la UNEAC 2000, por el título Edgar Allan Poe en la obra traduccional de José Martí, y a Maia Sánchez Barreda, quien hizo su trabajo de diploma de la Facultad de Artes y Letras, con el tema Ramona: un movimiento nuevo en la ficción prolongada. Sobre la traducción martiana y actualmente trabaja en la edición crítica de las traducciones de José Martí en el Centro de Estudios Martianos.
[2] Escribe José Martí en carta a Enrique Estrázulas (19 de febrero de 1888): “Pronto va a salir, con ilustraciones magnas, mi traducción del Lalla Rookh, en que hay unas cuantas páginas del pobre Bonalde que esconde dignamente su infelicidad, y del silencioso Tejera. Como me den dos ejemplares, le mando uno”. Al parecer, no llegó a publicarse y en su carta testamento a Gonzalo de Quesada de Quesada del lro. de abril de 1895 vuelve a insistir cariñosamente en la conservación y posible publicación del Lalla Rookh dentro de su obra. Escribe: “No desmigaje el pobre Lalla Rookh que se quedó en mi mesa” y, más adelante: “Ahora pienso que del Lalla Rookh se podría hacer tal vez otro volumen”. (José Martí, Obras Completas, t. 20, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 189 y 476-77, respectivamente. En lo adelante se cita como OC).
[3] Lo cual dio pie a severas acusaciones de plagio en los artículos del doctor Kassel Schwartz, brillantemente refutadas por el doctor Leonel Antonio de la Cuesta en su libro citado en la nota 1 de este artículo. Recomiendo la lectura del capítulo V, cuyo acápite sobre las traducciones periodísticas aclara espléndidamente este punto.
[4] Henri Meschonnic, Pour la poétique II. Épistémologie de l’écrituture. Pour une poétique de la traduction, Gallimard, Paris, 1973, p. 310.
[5] Ver, para Cuba, Diccionario de la Literatura Cubana, t. II (Letras Cubanas, La Habana, 1984). En la entrada “Traducciones” se repasa someramente esa actividad en Cuba durante los siglos xix y xx. Puede verse también, Lourdes Arencibia: “Apuntes para una historia de la traducción en Cuba”, Livius 3, Revista de Estudios de Traducción (1-7), Universidad de León, España, 1993.
[6] Ver: Carmen Suárez León, José Martí y Víctor Hugo en el fiel de las modernidades, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”, Editorial José Martí, La Habana, 1997 (257 p.). Sobre todo, el capítulo I: “Recepción de Víctor Hugo entre los creadores cubanos (1830-1871)”, pp. 29-85, así como el artículo “Patria y traducción o Volney por Luz y Caballero” (en proceso de impresión en la revista del Centro de Altos Estudios Fernando Ortiz).
[7] Véase, como ejemplo de traducciones cubanas de la época reunidas en libro: Ecos del Sena. Poesías francesas traducidas por Antonio Sellén. La Habana, Establecimiento tipográfico de la viuda de Soler, 1883. En realidad aparecen otros traductores como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Francisco Sellén, y Rafael María de Mendive. Los poetas traducidos son: Hugo, Lamartine, Gautier, Musset, Sainte-Beuve, Béranger, Vigny, Barbier, Coppée, Laprade, Ratisbonne, Mery, Guttinger, Arnould, Houssaye Réboul y Prudhomme. Se trata de textos que han aparecido en la prensa periódica desde años atrás.
[8] «Traducir implica la interpretación textual del texto que hay que traducir. Esto es lo que deberíamos llamar «re/escritura». Es ahora el momento de clarificar que un texto re/escrito, aunque sea en sí mismo distinto del original, no tiene la intención de reemplazarlo, y no por modestia, sino a causa de una imposibilidad teórica y práctica. Lo que hace la traducción es desplazar y re/localizar un texto, convirtiéndolo en un nuevo elemento del universo cultural en el que ahora se inscribe.»En: Talens, Jenaro.El sentido Babel.Centro de Semiótica y Teoría del Espectáculo. Universitat de València, 1993. p. 10
[9] En 1778, escribe en su prospecto de una malograda Revista Guatemalteca:
Contendrá, pués, mi periódico, en cada uno de sus números, descripciones–más útiles que pintorescas–de las comarcas de la República; estudio de sus frutos y sobre su aplicación; remembranzas de muertos ilustres, y de obras notables que enorgullecen al país–respondiendo a mi ideal de hacer resaltar todo lo bueno y cuanto bueno y bello encierra. Y en respuesta a la natural y curiosa demanda de noticias europeas, contendrá cada número una revista de artes bellas y útiles, de ciencias e invenciones, de libros y de dramas, de lo último que se publique o se imagine, de lo que con sanción y aplauso, forje el ingenio y escriba la pluma en los ilustres y viejos pueblos de nuestras riberas humildes,—Guatemala ante los ojos; y Europa a la mano. (En su Revista Guatemalteca (1877) OC, t. 7, p.106).
[10] “La polysémie est indissociablement langue et culture. Cette proposition mène à ne plus dissocier dénotation et connotation, valeur et signification”. En: Henri Meschonnic, p. 310.