“La sobrevida de la República martiana al finalizar la guerra”
Por: Maritza Collado

La idea generalizada de que al finalizar la guerra de independencia se frustró el ideal martiano de República, ha dado lugar, en numerosas ocasiones, a reelaborar la hipótesis de lo que habría ocurrido si Martí hubiese sobrevivido al 98. Tal enfoque proporciona siempre una comparación entre la república que fue y la que podría haber sido, por lo cual, incluso aunque se realice un análisis bien fundamentado, resulta difícil evadir la naturaleza conjetural que ofrece el parangón entre una república ideal y una histórica, y hasta podría entrar en la comparación una tercera: la resultante del imaginario en torno a la república histórica. Por ello, orientaré este acercamiento no hacia la comparación de las repúblicas como podría suponer el título, sino hacia una búsqueda de la República dentro de la República. En otras palabras: me gustaría poner en cuestionamiento hasta qué punto la república martiana se mantuvo ausente en el proceso de formación de aquella que se estableció en 1902.

Desde hace algunos años ha aumentado la tendencia a colocar a Martí en las filas del republicanismo. Es necesario, no obstante, definir a qué republicanismo puede asociársele. Ciertamente, el modo de gobierno más coherente a la salida del colonialismo era el de una República, que por oposición a la monarquía aseguraba la representatividad del pueblo y el derecho al sufragio. Lo curioso, en el caso de Cuba, es que la república se constituyó en pleno colonialismo, unos meses después de iniciada la larga y desgastante guerra Guerra de los Diez Años. Dada esta particularidad, la República en Armas (constituida en abril de 1969) era realmente una república atípica, pues su jurisdicción abarcaba solamente los territorios liberados del colonialismo español y, a pesar de ello, poseía una constitución que normaba la estructura del aparato directivo dividida en tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Eran tantas las ansias cubanas de asumir una república como forma de gobierno, que el criterio de la tripartición de poderes, representado por Ignacio Agramonte, venció en la Asamblea de Guáimaro, sobre la lúcida propuesta por parte de Céspedes de establecer un mando único en tiempos de guerra.

De lo anteriormente dicho puede deducirse que resulta peligroso simplificar el alcance del republicanismo cubano al trasladar a su estudio las características esenciales que han determinado los historiadores de procesos extranjeros, al analizar la evolución de dicha postura política. No todas las repúblicas se constituyeron para obtener la libertad del coloniaje, pero en el caso de Cuba sí; por tal motivo, la república encarnaba para Martí la libertad ciudadana y debía garantizar esa libertad para toda la nación, aunque para ello debiese levantarse “en Armas”.

Cuando en 1873 se constituyó la República Federal Española, Martí se encontraba precisamente exiliado en España y aprovechó la ocasión para hacer propaganda a la guerra independentista cubana y plantear la contradicción que esta guerra significaba dentro del nuevo contexto gubernamental que vivía la Península. En su salutación a la República Española, advertía: “…la saludo hoy como la maldeciré mañana cuando una República ahogue a otra República”. Ya desde este momento hacía énfasis en la responsabilidad moral que representaba la condición republicana y señalaba como tres de sus pilares fundamentales: la negación del derecho de conquista, “la condena a los que oprimen”, y la práctica del “sufragio universal”, procedente “de la voluntad unánime del pueblo”. Su ideal de república estaba estrechamente relacionado con el concepto de libertad, que aparecía definido por un derecho a su posesión y, al mismo tiempo, por el deber de su defensa. Siendo así, un pueblo libre no podía permitirse mantener esclavo a otro. Martí creía que resultaría espantoso “a la República española saber que los españoles” morían “por combatir a otros republicanos”. Su fe en el deber ser de la república ‒deber ser que de modo ferviente solicitó a España‒, fue probablemente para él lo más cercano a una militancia en las filas del republicanismo.

No obstante, hay quienes sostienen no solo su condición de republicano en el sentido estrecho, sino que lo acusan de liberal, argumentando su respeto a la individualidad y que su república estaba conformada por todos y no se excluía el criterio ni la inquietud de ninguno de sus elementos, pero igualmente se creaba para el bien de todos, aquel espacio en que ningún hombre tenía el derecho a ser feliz, mientras hubiese un solo hombre infeliz. Para entender mejor esta visión humanista de la república y de la patria, resultan útiles las esclarecedoras observaciones de Pedro Pablo Rodríguez sobre el alcance y la trascendencia de la categoría República en Martí. Al respecto apunta que con frecuencia el término no hace referencia “a una forma de gobierno, sino a un tipo de sociedad”, con lo cual quedarían anulados automáticamente todos los análisis que intentan insertar a Martí en una tradición republicana.

Si se sigue esta perspectiva, comprobable, por ejemplo, mediante el examen de los textos programáticos del Partido Revolucionario Cubano, puede constatarse que el concepto república para Martí comprende no solo la sociedad que se constituiría después de la guerra, sino también la que se iría formando durante preparación de la misma en la emigración, y que se extendía por encima de la independencia de Cuba y Puerto Rico hasta la libertad de toda Nuestra América. También, como prueba de ese republicanismo especial, puede observarse que el Partido Revolucionario Cubano, el cual en sus bases ya anunciaba la fundación de la “nueva República”, era un partido revolucionario, no republicano. Aun así, mediante este se preparaba la guerra al mismo tiempo que la república, y los ciudadanos ya se iban formando desde las filas del partido.

De tal modo las ideas de Martí penetraron en los seguidores de su causa, que una vez finalizada la guerra y sometidos a la abrupta intervención norteamericana, los patriotas cubanos no se quedaron quietos y comenzaron a presionar a Estados Unidos para que este reconociera su independencia y abandonara Cuba lo antes posible. La intervención se dilató tanto cuanto el gobierno norteamericano demoró en determinar qué mecanismos de dominación establecería para controlar la Isla; sin embargo quedó fuera de su alcance el acariciar directamente el fruto maduro, como sí ocurrió con Puerto Rico. Precisamente un amigo de Martí, Horacio Rubens, abogado de la junta cubana en los Estados Unidos, logró incluir en la Resolución conjunta de 1900, con ayuda del senador Teller, una enmienda que declaraba que Estados Unidos no tenía intención de ejercer soberanía, jurisdicción o dominio sobre la Isla, excepto para su pacificación.

Por otra parte, Martí había alertado sobre las funestas consecuencias que traería para Cuba la anexión a Estados Unidos y, por ende, se combatió con énfasis la declarada intención estadounidense de incluir en la Carta Magna la regulación de sus relaciones con el futuro gobierno de Cuba.

Formalmente la Constitución logró recoger los principios fundamentales que contemplaba el ideario martiano. Fue redactada por los cubanos y en ella se expresaban las aspiraciones de una nación nueva y garantizaba –entre sus artículos– la igualdad de todos los cubanos ante la ley. Se reconocía el derecho al sufragio universal y a la representatividad en el gobierno, así como la participación ciudadana del negro, la educación primaria obligatoria, en fin, la Constitución fue escrita por manos de quienes habían hecho la revolución.

En su texto programático del Partido, Martí declaraba que debía reinar en la vida republicana la tolerancia a las diversas opiniones, pues la “misma tendencia excesiva hacia lo pasado, tiene en las repúblicas igual derecho al respeto y a la representación que la tendencia excesiva al porvenir”; esta idea también halló expresión en aquella Constitución de 1901 que reconocía la libertad de prensa y el respeto al criterio individual.

Pero con lo anteriormente dicho no se pretende abordar de un modo ingenuo el asunto, sino reflexionar sobre el rol del ideal de la república martiana en la continuidad del proceso revolucionario al finalizar la guerra. Decir que la república de Martí se frustró con los acontecimientos del 98 es un modo simplista de analizar los hechos. Esta república siguió construyéndose del mismo modo en que se concibió, en una beligerancia permanente contra la opresión imperialista. El repudio a la Enmienda Platt, la denuncia de la corrupción y la resistencia del pueblo al dominio yanqui son pruebas de ello. Aunque la divulgación de la obra de Martí no alcanzó gran masividad al inicio de aquella república, bien se encargaron sus discípulos y amigos de sostener sus criterios. La republica de Martí se concretaba en las acciones de los revolucionarios que mantenían viva la idea de un pueblo libre y del salto cualitativo que aún debía dar la sociedad cubana en medio de un segundo colonialismo.