En estos días en que la Humanidad se enfrenta a un nuevo ciclo de violencia fanática, terrorismo y nuevas amenazas del imperio yanqui, no podemos olvidar que cuando el Maestro vio la luz del mundo, en 1853, el concepto del equilibrio europeo ya había alcanzado su madurez plena, desde los días en que las potencias monárquicas en Europa subscribieron los términos ambiciosos de la paz de Westfalia en 1648, sobre todo entre las grandes monarquías del viejo continente, a cuyo crédito puede anotarse más de un siglo de paz en Europa. Algo imprevisto amenazó el plácido transcurso de los tiempos de Martí en buena parte del mundo.
En los intercambios diplomáticos internacionales se hacía cada vez más obvia la voluntad estadounidense de incorporarse al grupo de potencias mundiales que pugnaban por consolidar su “lugar bajo el sol”, como solía afirmar Bismark, en relación con el emergente imperio alemán, y
tomaban nota de la voluntad de la oligarquía estadounidense de avanzar hacia las Antillas, Suramérica y sobre todo el Pacífico, que abarcaba los grandes mercados asiáticos, cuyas economías y poblaciones relativamente numerosas indicaban su gigantesco potencial comercial. Y también atraían, particularmente, la voracidad comercial de Estados Unidos, aquejados de periódicas crisis de sobreproducción.
La revolución cubana en ciernes, en la persona de José Martí, se preocupaba sobre todo de las Antillas Hispanas, que constituían su contexto natural después de tantos años de lucha y sacrificios por la independencia. El fenómeno del equilibrio como un hecho de peso en la realidad internacional, nunca fue, por razones obvias, del agrado de los grandes políticos y pensadores internacionalistas norteamericanos, abrazados al principio del uso de la fuerza en las relaciones internacionales.
Martí, en cambio, siempre actuó consciente de la importancia de aplicar el equilibrio en las relaciones internacionales, mencionándolo con una profunda visión estratégica, lo que se evidenciaría en todas sus decisiones en el campo de la política internacional y la guerra
necesaria, sin la cual no era posible concebir siquiera la independencia de Cuba.
Eran principios que ya desde 1887 Martí escribió para sí, con su óptica fija en la liberación de Cuba. Cuando laboraba en la firma francesa Lyon and Co. de Nueva York. Martí observó, después de leer una noticia acerca del vicecónsul francés en Guayaquil, que éste había asegurado haber hallado un «paso transcontinental», capaz con pocas inversiones de atravesar el continente suramericano del Pacífico al Atlántico. La opinión de Martí no podía ser más transparente:
“[…] pues lo que otros ven como un peligro, yo lo veo como una salvaguardia: mientras llegamos a ser bastante fuertes para defendernos por noso¬tros mismos, nuestra salvación, y la garantía de nuestra independencia, están en el equilibrio de potencias extranjeras rivales –pero afines—Allá, muy en lo futuro, para cuando estemos completamente desenvueltos, corremos el riesgo de que se combinen en nuestra contra las naciones rivales, pero afines, –(Inglaterra, Estados Unidos): de aquí que la política extranjera de la América Central y Meridional haya de tender a la creación de intereses extranjeros, — de naciones diversas y desemejantes y de intereses encontrados,– en nuestros diferentes países sin dar ocasión de preponderancia definitiva a ninguna aunque es obvio ha de haber, y en ocasiones convenir q. haya una preponderancia aparente y accidental, de algún poder, que acaso deba ser siempre un poder europeo.—“ (t. 22Obras Completas de José Martí, Fragmentos p.115).