Ahora que Patria, el periódico creado por Martí para apoyar su lucha independentista, cumple 120 años, conviene volver a sus páginas para destacar aspectos no demasiado transitados de su rica vigencia. Nos vamos a ceñir en esta ocasión a la música y su papel dentro de las páginas del periódico. Esto no deber sorprender, dada la preferencia y respeto de Martí por ese arte, que como veremos, resulta en Patria también un arma de lucha revolucionaria.
Lo anterior es muy evidente con sólo recordar que en sus páginas aparecieron dos partituras musicales: “La bayamesa”, de Perucho Figueredo y “La borinqueña”, expresión identitaria del hermano pueblo puertorriqueño. El difundir la posibilidad de entonar estas melodías cumplía una función combativa que muchas veces hemos encontrado en la historia, singularmente en “La Marsellesa”, del francés Rouget de Lisle (1792), obvio modelo de ambas piezas. Sin embargo, el hermoso texto martiano que acompañaba a la reproducción de “La bayamesa”, “El himno de Figueredo” aparecido el 25 de junio de 1892, no fue incluido en las Obras completas de nuestro héroe nacional, y fue Zoila Lapique, flamante actual premio de Ciencias Sociales, quien llamó la atención sobre ello en su artículo “Música en el periódico Patria”, publicado en el Anuario del Centro de Estudios Martianos en 1974, pionero en el tratamiento de este temática. El hermoso texto es bien explícito en cuanto a las razones por las cuales aparece la partitura allí:
Patria publica hoy, para que lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares; para que corran de pena y de amor, las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez. Para que espolee la sangre en las venas juveniles, el himno a cuyos acordes, en la hora más bella y solemne de nuestra patria, se alzó el decoro dormido en el pecho de los hombres. ¡Todavía se tiembla de recordar aquella escena maravillosa!
La música tiene una buena presencia en Patria, incluso en textos no firmados por Martí y que, a veces, tampoco parecen responder a su inimitable estilo, pero que sin dudas responden a una política editorial suya. Esto sucede con una pequeña noticia sobre un concierto ofrecido en el Carnegie Hall de Nueva York, sobre el cual Armando O. Caballero llamó la atención en 1985. Lo inusual era que sus participantes eran músicos y cantantes negros, convocados por el compositor checo Dvorak, entonces en aquella ciudad. El autor de la nota le agradece la iniciativa al maestro a la vez que comparte su idea de que “las melodías de los negros del Sur han de venir a ser la base de la música nacional futura”. Aquí nos inclinamos a pensar que el redactor de la nota fue Emilio Agramonte, el director cubano de la Escuela de Ópera y Oratorio, que aparece varias veces citado en Patria. En un artículo del 30 de abril de 1892, tras recordar su estirpe familiar, Martí lo califica como “el criollo desterrado, que a todos admira por su arte fino y profundo, su trabajo encomiable y su facultad de combinar los más difíciles elementos artísticos en empresas de magno y ordenado conjunto”, en donde avizora “el anhelo de conquistar al fin la patria justa y libre donde pueda valer sin trabas el genio de sus hijos”.