Hacia 1888 Martí estaba ya casi completamente recuperado, personal y políticamente, del desencuentro experimentado en 1884 con Máximo Gómez y Antonio Maceo. Desde el último trimestre del año anterior había comenzado a reactivar sus contactos con la emigración. Su autoridad era reconocida por varios de los clubes revolucionarios cubanos más importantes en los Estados Unidos. Se había dirigido a Máximo Gómez y Antonio Maceo en un espíritu de respeto y conciliación y ambos le habían respondido con el mismo ánimo. Maceo, en enero de 1888, le ofrece su cooperación para reorganizar la red de clubes revolucionarios y le confirma su amistad sincera. Máximo Gómez no responde a Martí directamente, sino a “la Comisión de New York”, a la que renueva su disposición a cooperar con el nuevo proyecto, aunque entiende que la iniciativa puede resultar prematura. No obstante la cautela de Gómez, Martí se sintió alentado a continuar la organización del nuevo proyecto libertador, esta vez bajo su orientación personal.
Su labor de corresponsal en la urbe neoyorquina de los diarios La Nación de Buenos Aires y El Partido Liberal de México se desenvolvía satisfactoriamente, lo que le garantizaba cierta estabilidad financiera y la posibilidad de mantener la ayuda a su familia menesterosa en La Habana.
Desde abril de 1887 había recibido el nombramiento de Cónsul en Nueva York mediante decreto del Presidente de la República Oriental de Uruguay, con el respaldo de su amigo, el cónsul uruguayo saliente, Enrique Estrázulas, que lo recomendó a su gobierno por su talento, cultura, integridad personal e ideas políticas avanzadas, en líneas generales congruentes con la política exterior uruguaya de aquellos días. Su prestigio aumentaba constantemente. En diciembre del propio año se le había nombrado segundo vocal de la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York.
En materia de deberes consulares, Martí seguía cuidadosamente las instrucciones y enseñanzas de Estrázulas, aunque no resulta fácil improvisar la experiencia en la práctica consular. Por ejemplo, se desconoce la razón por la que Martí nunca llegó a presentar su solicitud de exequátur ante el gobierno estadounidense. Mas su educación universitaria, sobre todo su Licenciatura en Derecho Civil y Canónico, y sus conocimientos de Derecho de Gentes o Internacional, como se le llama hoy, le aseguraban una base sólida para el cumplimiento de sus nuevas funciones. Por otra parte, el cargo de cónsul de un país suramericano le proporcionaba cierta cobertura para sus movimientos en los Estados Unidos y también la posibilidad de conocer a los colegas suramericanos en Nueva York y Washington, y penetrar más profundamente en la política exterior de los países suramericanos, lo que podría ser útil para su causa a partir del inicio de la Guerra de Independencia y sobre todo después del triunfo revolucionario.
Del lado negativo, las responsabilidades revolucionarias, cada vez más comprometedoras en el plano personal, a pesar de la confidencialidad que aplicaba a sus acciones, resultaban en medida creciente ostensibles, y podían afectar negativamente las relaciones bilaterales de Uruguay con España y los Estados Unidos, lo que habría sido contraproducente, tanto para Martí como para el país que representaba. Por otra parte, ser cónsul, en una ciudad como Nueva York, suponía preparar informes, desempeñar las tareas que le fueren instruidas, recaudar la imposición prevista por la ley por sus servicios consulares, y cumplir las numerosas regulaciones del sistema consular uruguayo. Debía atender a una minúscula comunidad de familias uruguayas de esa ciudad y estado y también informar, por conducto de la embajada de Uruguay, de todo cuanto pudiera afectar sus intereses nacionales.
Muy pronto, menos de un año después de asumir su cargo como funcionario consular del gobierno uruguayo, tuvo lugar un incidente que obligó a Martí a empeñarse a fondo para evitar un problema potencialmente peligroso para los intereses de Uruguay. Lo más probable es que Martí consultara a Estrázulas sobre la espinosa situación que amenazaba el prestigio de Uruguay: el potencial destructivo del escándalo que ponía en duda la carrera del representante demócrata Richard Quarles Mills, resultado de las primeras escaramuzas sucias en ese año de elecciones presidenciales y parciales del Congreso en los Estados Unidos. Es difícil precisarlo porque no tenemos todas las cartas de Estrázulas a Martí.
Uno de los temas más debatidos en esa campaña presidencial fue el de la política comercial de los Estados Unidos. Ambos partidos estaban nítidamente divididos en lo relativo a si los Estados Unidos debían ser o no un país proteccionista o de libre comercio. La política comercial internacional de los Estados Unidos era esencialmente pragmática: proteccionista en relación con Europa y partidaria del libre comercio frente a los menos desarrollados estados de la América Latina. Nada fuera de lo ordinario se anticipaba en la agitada coyuntura. Lo que estaba en juego eran los intereses económicos y comerciales de cada uno de los estados de la Unión, cuyos grupos de presión en el Congreso, el Ejecutivo y la prensa influían en la opinión de los electores con medias verdades y libelos voceados en todo el país.
Uno de los más consecuentes defensores del libre comercio era precisamente el representante del Partido Demócrata por el Estado (este) de Texas, Richard Quarles Mills, presidente de la poderosa Comisión de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes, viejo oficial confederado, partidario de la esclavitud, cuyas acciones y argumentos electorales relativos al libre comercio Martí destacó positivamente durante toda la campaña electoral, en la que Grover Cleveland, que concluía el primer período de un presidente demócrata después de la Guerra de Secesión, aspiraba a la reelección contra el candidato republicano, Benjamin Harrison. Pero ni siquiera Mills, que seguía la tradición de la libertad de comercio de los estados confederados, era partidario de eliminar en su totalidad el proteccionismo. Cuando presentó su proyecto de ley sobre la libertad de comercio, bien pensado y equilibrado, contenía una lista de productos que debían ser liberados de aranceles. Productos básicos como el acero, el cobre y otros metales, así como el grueso de los productos industrializados no estaban en la lista. Pero en ella se destacaba la lana, segundo producto de exportación de Uruguay –y por cierto, también de la Argentina– a los Estados Unidos, cuya presencia en el mercado estadounidense era rechazada por intereses laneros norteamericanos concentrados en los territorios occidentales de Texas y Vermont.