El 29 de octubre de 1886, en la ciudad de Nueva York, José Martí firmó una de sus crónicas más brillantes e inspiradas, dedicada a la inauguración de la Estatua de la Libertad, a la que asistieron el presidente Grover Cleveland con varios de sus ministros más prestigiosos, y una legión de sus militares y figuras nacionales, acompañados por un millón de personas. “Levántate, oh insecto, que la ciudad es una oda”, dijo Martí en una de sus líneas iniciales, y todo cuanto escribió sobre ese 28 de octubre fue en verdad una poesía de hermosura conmovedora, en la que subyace el dolor y la nostalgia de quien habría de dar su vida por la libertad de su patria. Sus primeras imágenes reflejan ese estado de profunda añoranza por la libertad que se festejaba con toda la pompa posible en la ya enorme urbe neoyorquina: “Terrible es, libertad, hablar de ti para quien no la tiene. Una fiera vencida por el domador no dobla la rodilla con más ira. Se conoce la hondura del infierno, y se mira desde ella, en su arrogancia de sol, al hombre vivo. Se muerde el aire, como muerde una hiena el hierro de su jaula. Se retuerce el espíritu en el cuerpo como un envenenado. Del fango de las calles quisiera hacerse el miserable que vive sin libertad la vestidura que le asienta. Los que te tienen, oh libertad, no te conocen. Los que no te tienen no deben hablar de ti, sino conquistarte”[i].
¿De dónde brotó la idea de la fastuosa estatua? La iniciativa fue del político y escritor republicano francés Édouard-Rene Lefebvre de Laboulaye[ii], que concibió un obsequio digno de Francia para conmemorar la independencia de los Estados Unidos de Inglaterra, lucha a la que contribuyeron con una generosa cuota de sangre los combatientes franceses. En su residencia de Versalles, Laboulaye se reunió en 1865 con un grupo selecto de amigos, políticos, militares y artistas que compartían su respeto y admiración por los Estados Unidos, aún heridos por la experiencia de la prueba cruenta y definitoria de la Guerra de Secesión. La resurrección de la república federal estadounidense era en sí misma evidencia de la vitalidad de las ideas republicanas. No eran los convocados simples ciudadanos bien intencionados, sino miembros de la elite republicana francesa.
Martí conocía bien los hechos y los ponía en boca de un simple transeúnte de la gran fiesta: “Sí, sí: fue Laboulaye quien inspiró a Bertholdi: en su casa nació la idea: ve, le dijo, y propón a los Estados Unidos construir con nosotros un monumento soberbio en conmemoración de su independencia: si, la estatua quiere significar la admiración de los franceses prudentes a la práctica pacífica de la libertad americana”[iii].
Tampoco ignoraba Martí los intereses inconfesables que obraban en la iniciativa francesa: “Francia, dice un ingrato, nos ayudó porque su rey era enemigo de Inglaterra. Francia –rumia otro en un rincón– nos regala la estatua de la libertad para que le dejemos acabar en paz el canal de Panamá”[iv]. Así aclaraba Martí algunas incómodas realidades que la propia inteligencia no le permitía acallar.
Pero en la reunión convocada por Laboulaye, veinte años antes, también se encontraba presente Frédéric Bartholdi[v], escultor alsaciano, que daría buena cuenta de sí durante la guerra franco-alemana de 1870-1871[vi]. Aparte de republicano y nacionalista, Bartholdi artista era exponente destacado del nuevo estilo pompier (en francés: bombero), que preconizaba la monumentalidad como fuente de arte y de belleza. No se trataba de simple enormidad física, sino, en su caso, la que se sustentaba en la ciencia de las grandes estructuras construidas mediante la magia de la tecnología más moderna de su época, tales como las extensas redes ferroviarias, los canales de Suez y Panamá y el puente de Brooklyn. Bartholdi introdujo, en fin, la idea de una estatua de gran porte cuya figura no había aún definido. Inicialmente pensó en llamarla Independencia, financiada con fondos no gubernamentales, que debía ser inaugurada en 1876, en ocasión del centenario de la independencia de los Estados Unidos.
[i] José Martí, “Fiestas de la Estatua de la Libertad”, La Nación, Nueva York, octubre 29 de 1886, en OC, T. 11, p. 100.
[ii] Edouard Rene de Laboulaye. (1811-1883). Político y escritor francés., principal animador de la idea de crear la Estatua de la Libertad para ser entregada al pueblo estadounidense como un gran símbolo de la amistad eterna entre los pueblos de Francia y de los Estados Unidos. Como prueba de esa amistad y de la comunidad de emociones y afinidades políticas de los dos pueblos, Laboulaye indicó que el pueblo de los Estados Unidos honraba los recuerdos de las glorias comunes y amaba a Lafayette y a sus voluntarios como a sus propios héroes. Dijo en la primera reunión que sostuviera en su propia casa a mediados de 1865, que esa herencia común era de mucha más importancia en los Estados Unidos que las acciones políticas del gobierno francés, según se informara en Harper´s Weekly del 15 de diciembre de 1886. Esta idea inicial fue acordada con un grupo de importantes personalidades francesas en dicha reunión. A fin de proceder a dar cumplimiento al acuerdo, Laboulaye organizó la Union franco-americaine, cuya solicitud inicial de fondos fue suscrita por los descendientes de Noailles, Rochambeau y Lafayette .
[iii] Ibídem, p.103.
[iv] Ibidem.
[v] Frederic-Auguste Bartholdi. (1804-1904). Escultor monumentalista francés. Estudió arquitectura en Alsacia y París y posteriormente pintura con Ary Scheffer y escultura con J. F. Soitoux. En 1855 realizó una gira por el norte de África y Oriente Medio en compañía del pintor francés J. L. Gérome. En una reunión en la residencia del político francés Edouard Rene Laboulaye, con un grupo de personalidades y artistas franceses, concibieron la idea de desarrollar un proyecto de escultura monumental para ser obsequiada por suscripción popular al pueblo estadounidense, como sello simbólico de una alianza política entre las dos repúblicas que se inició con la decisiva ayuda francesa al pueblo estadounidense en su lucha por la independencia contra Inglaterra y que se selló con la victoria de Yorktown, en 1781. Comenzó su labor en 1870, que interrumpió en el propio año para combatir la invasión alemana de Francia. Aún más motivado, Bartholdi reinició sus labores después de la guerra. Con fondos colectados entre los pueblos de Francia y los Estados Unidos, pudo ver su gigantesca estatua, que tituló “La Libertad Alumbrando al Mundo”, inaugurada el 28 de octubre de 1886. Esa es su obra más conocida. Pero la más importante y artísticamente válida tal vez sea el “León de Belfort”, obra monumental concluida en 1880. Fue esculpida directamente de la roca en las laderas de una elevación que se encuentra en el centro de la ciudad, que conmemora su obstinada defensa al asedio alemán durante ciento tres días. De toda la región alsaciana, fue la única ciudad que los alemanes dejaron en poder de Francia después de la guerra.
[vi] Bartholdi combatió en las filas de la Garde Nationale y fue miembro del estado mayor de las fuerzas que el patriota italiano Garibaldi comandara en los bosques Vosgos.