Una acertada consideración del pasado y del presente de la nación cubana confirma cabalmente que la figura de nuestro Héroe Nacional ha sido y es ejemplo, guía, maestro, radical, cubano y universal, contemporáneo y compañero, fiel ideólogo de nuestro pueblo, unidad de palabra y acción.
José Martí, el más grande pensador patriótico y revolucionario de este continente, hoy nos es absolutamente necesario.
La escuela cubana, para lograr el propósito de la formación integral del hombre nuevo, tiene que dotarlo no sólo de la concepción marxista-leninista, sino también de la doctrina martiana, sin la cual es imposible la aplicación creadora de aquella a nuestra realidad; solamente así podremos garantizar la continuidad histórica de la Revolución y construir el socialismo como real síntesis de lo universal y lo singular.
Atendiendo a este apremio es que nos hemos propuesto formular un conjunto de recomendaciones para estudiar y enseñar a Martí. Dejamos por sentado que con ello no pretendemos agotar el tema o dar recetas, sino motivar el análisis, promover la reflexión, despertar la preocupación por tan importante e inaplazable tema. Si en alguna medida contribuimos a ello nos sentiremos satisfechos.
¿Por qué estudiamos a José Martí?
Una respuesta inmediata puede ser la siguiente: porque Martí representa lo más avanzado del pensamiento revolucionario cubano hasta el siglo XIX.
El pensamiento revolucionario cubano del siglo XIX tiene como característica esencial su desarrollo ascendente, alcanzando su punto máximo con José Martí.
Se destacan por poner su pensamiento y acción al servicio de la naciente nacionalidad cubana personalidades como Félix Varela, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Antonio Maceo, entre otros. Ellos representaron lo más avanzado en su momento histórico.
Félix Varela, el primer independentista cubano, se enfrentó a los primeros intentos anexionistas, previno el peligro de la participación de otro país en nuestro proceso libertador. Sus ideas no se materializaron debido a la inexistencia de condiciones históricas para ello; no obstante, su pensamiento quedó como legado para las futuras generaciones de patriotas, en particular para los hombres del 68 y del 95.
En la segunda mitad del siglo XIX se destacan figuras que llevaron a la práctica su ideal libertario; entre ellos descollaron Céspedes, Agramonte, Gómez, Maceo; este último se distinguió por su antimperialismo, lo que lo ubica en un eslabón superior en el desarrollo ascendente del pensamiento revolucionario cubano de la decimonovena centuria.
José Martí, político genial y revolucionario radical, hereda y resume lo mejor de ese ideario y lo eleva a su más alta expresión en aquel período histórico. En él, el pensamiento revolucionario cubano no sólo se eleva a un plano superior, sino que se proyecta hasta el presente.
En Martí tuvieron decisiva influencia dos factores íntimamente combinados: el contacto directo con las masas trabajadoras, en especial con los obreros, y el conocimiento del naciente imperialismo, facilitado por su estancia, por más de diez años, en los Estados Unidos.
La superioridad de su ideario se aprecia en el tratamiento que dio a temas como la revolución, la independencia, el imperialismo y América Latina. Su concepción de la independencia trasciende la idea de la separación de España, entendiéndola como momento de un proceso más complejo y profundo: la revolución; por eso confesó a su compañero de luchas Carlos Baliño que la revolución no se haría en las maniguas, sino en la república.
El concepto martiano de revolución tiene esencia dialéctica, pues comprendía su papel en la ruptura de los obstáculos al progreso histórico y como superación de lo caduco. Escribió que “De vez en cuando es necesario sacudir el mundo para que lo podrido caiga a tierra”. Asimismo comprendía con acierto el papel de las masas populares y los líderes en la revolución. De las primeras diría que sin ellas “… es imposible, ni en Cuba ni en parte alguna, la revolución”, pues, “… el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones”. Juzgando en su justa medida el papel de los líderes, reconocía que estos son tales en tanto se ponen al servicio de su pueblo.
En el pensamiento y acción revolucionarias de Martí, destaca por su genialidad la creación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) para hacer la independencia. Este constituye el mayor aporte político del apóstol a nuestra historia revolucionaria. En la creación del PRC Martí conjugó y concretó sus ideas acerca de una vanguardia política organizadora, dirigente de la independencia y de la necesidad de la unidad de todos los revolucionarios.
El PRC de José Martí fue la fuerza organizadora que cohesionó los sectores y clases sociales interesados en hacer la revolución independentista de 1895; fue el único partido de los revolucionarios del momento, antecedente histórico del monopartidismo cubano actual.
El ideal independentista de Martí se funde con el antimperialismo y el latinoamericanismo. Constantemente manifiestó su preocupación por las peligrosas acechanzas del naciente imperialismo norteamericano y los males que para nuestra América traería su absorción por aquel. Basándose en un conocimiento minucioso de la historia de los Estados Unidos, de su política interna e internacional, de las ambiciones sin límites de sus hombres de negocio, llegó a la conclusión de que sus intenciones hacia América Latina eran convertirla en su traspatio y con ello subyugarla.
Así, su proyecto independentista integra, como componentes esenciales, el antimperialismo y el latinoamericanismo. Para él dos cuestiones básicas impedirían la ingerencia norteamericana en América Latina: la independencia económica y la unidad latinoamericana.
¡Cuánta razón tenía el Maestro! La dependencia económica y la división han sido las mayores debilidades de Latinoamérica frente al opulento y omnipotente imperio. Hoy, cuando el fallido proyecto inicial del ALCA adopta la forma de los tratados bilaterales de libre comercio (TLC), es más urgente que nunca la unidad, para impedir que sucumba nuestra identidad económica y sociocultural. El ALBA, de honda raíz bolivariana y martiana, se perfila como la alternativa, como el ahora o nunca.