El estilo literario de José Martí tiene un apreciable componente plástico. No en vano uno de los libros medulares de los estudios martianos se titula Símbolo y color, y su autor, Iván Schulman, realizó la comparación entre el poema “Pollice verso” de los Versos libres y el cuadro de igual título del pintor académico francés Jean León Gérôme.
Uno de los acontecimientos que fortalecieron el proceso de experimentación y diálogo interartístico en Martí fue su breve, pero intensa amistad con Manuel Ocaranza. La afinidad que sentía por los temas de este pintor mexicano, doblemente cercano a él –por ser también gran amigo de su hermano en vida Manuel Mercado y el prometido de su desdichada hermana muerta– hicieron que en 1877 se arriesgara, a partir de un interesante apunte encontrado,[1] a reproducir en palabras algunas formas y colores de la poética de Ocaranza, caracterizada por escenas alegóricas de cuidada figuración.
La maestría alcanzada por José Martí en estas alquimias plástico-literarias fue tal que sus entregas a periódicos, sobre todo las realizadas en Nueva York a partir de 1881, tienen el valor de la copia en pincelada libre que realiza de los cuadros, paisajes, construcciones, esculturas o hechos históricos que observara en la efervescente nación estadounidense. De hecho, Domingo Faustino Sarmiento, al leer la crónica dedicada a La Estatua de la Libertad nos habla de un “estilo de Goya”[2] en la prosa martiana; y el propio escritor cubano en su conocida arte poética de 1880 titulada “El carácter de la Revista Venezolana” registra su muy conocida idea de que “el escritor ha de pintar, como el pintor”.[3]
Uno de los logros mayores de Martí como pintor de palabras está en la novedad de darle color y dibujo a su pensamiento, a sus propias ideas filosóficas y políticas, sobre todo en dos textos medulares como el prólogo al “Poema del Niágara” y el ensayo “Nuestra América”.
En el caso del prólogo –y por solo citar un ejemplo bien visible, pues se trata, posiblemente, de la prosa más densamente poblada de imágenes de su escritura– destaca la alegoría de la frustración y del espíritu contradictorio del hombre moderno a través del cuadro simbólico de “un inmenso hombre pálido, de rostro enjuto, ojos llorosos y boca seca, vestido de negro”[4] que anda con “pasos graves, sin reposar ni dormir, por toda la tierra”.[5] Esta manera de “pintar” ideas, engarce de poesía y filosofía recuerda textos existencialista realizados en el siglo xix, sobre todo el titulado Así habló Zaratrusta de Friedrich Nietzsche.[6]
Por otra parte, en “Nuestra América”, a través de una imagen plástica, un capricho visual, Martí da color al hombre americano, mezcla de razas, culturas y adversa herencia colonial: “Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto del indio y criollo venimos, denodados, al mundo de las naciones”.[7] Este contraste visual, de discriminaciones entre nosotros mismos (cabeza blanca que domina al cuerpo indio), de mentalidades de señor y sirviente que pervivieron aún después de la colonia, así como el engaño del color de la piel, las apariencias y títulos es criticado, quevedianamente, a lo largo del texto; y, como utiliza la primera persona del plural, ese escarmiento y sátira alcanza al propio autor del ensayo: “[…] en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y casaca de París […]”.[8] El escritor va acrecentando estos elementos contradictorios de la pintura del hombre americano, y manteniendo la estética grotesca, y la misma flagelante primera persona del plural, logra la punzante descripción: “Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norte-América y la montera de España”.[9]
Martí ha elaborado un ingenioso dibujo de la imagen del latinoamericano que, lastimosamente, a pesar de haber nacido, en su gran mayoría, en naciones ya independientes, no sabe obrar en consecuencia con esa libertad alcanzada; y el desconcierto y abuso de poder en los pueblos recién formados, ha sido aprovechado por las potencias extranjeras para seguir colonizándonos. En vez de buscar un modelo de vida acorde con el país, hay latinoamericanos que prefieren denigrar el entorno, minar la autoestima, criticar a los suyos y entregar su entusiasmo y aprobación a Europa y a la América sajona. Ese enraizado fatalismo geográfico, entremezclado con retención de poder, corrupción, economías improductivas y dependientes, aborta una y otra vez el desarrollo, la autonomía individual y colectiva.
El paisaje de “Nuestra América”, atendiendo a la pintura grotesca que, de forma cuidada pero palpable, hizo Martí del ser caribeño y latino del continente, nos deja un sentimiento triste y aleccionador. Quizás por ello, el poeta fue hacia el mismo tronco cultural de la raíz americana para buscar allí una imagen optimista, germinativa y total y culminar así la imponente acumulación de contrastes. La visión final del ensayo implica una nueva ola creativa y un cambio de mentalidad, luego de haber fallado un proyecto de independencia que no pudo brindarle campo de crecimiento a las nuevas generaciones, amor a la tierra que pisan y fe en sí mismo; naciones amordazadas que dejaron caer su inventiva y perdieron la propia capacidad de renovación. Este cuadro último que aparece en “Nuestra América”, la del Gran Semí, recuerda a Sem el hijo primogénito de Noé, encargado de repoblar la tierra después del diluvio,[10] ambos personajes sugieren fecundidad, creación, paralelismo a la naturaleza que, obstinadamente, continúa regenerándose y renaciendo después de cada invierno, tormenta o período de sequía; de hecho, los dos nombres, Sem y Semí, presentan una raíz similar a la palabra “semen” o al vocablo “semilla”, por lo que este final, luego de la visión amarga de nuestros pueblos, es una nota de amor a la vida y confianza en el espíritu creativo del hombre americano.[11]
[1] Véase: “Fragmento sobre Manuel Ocaranza (página vieja de 1877)”, en José Martí. Obras completas. Edición crítica, t. 5, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2001, p. 216.
[2] “Deseo que llegue a Martí este homenaje de mi admiración por su talento descriptivo y su estilo de Goya, el pintor español de los grandes borrones con que habría descrito el caos”. (Domingo Faustino Sarmiento. “Carta a Paul Groussac”, en La Nación, Buenos Aires, 4 de enero de 1887 (microfilme, Centro de Estudios Martianos).
[3] José Martí. “El carácter de la Revista Venezolana”, en Obras Completas, t. 7, Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 212.
[4] En las notas al pie 4 y 5 de las Obras Completas. Edición crítica, ob. cit., t. 8, p. 146, se establece la conexión del “inmenso hombre de rostro enjuto” con el poema “Homagno” de los Versos libres, mientras el resto de las ideas del fragmento se relacionan con anotaciones del Cuaderno de apuntes no. 5 de 1881. Ver: José Martí. Obras completas, ob. cit., t. 21, p. 168.
[5] José Martí. Obras completas, ob. cit., t. 7, p. 225.
[6] Nietzsche describe a Zaratustra en una soledad similar: “A vosotros solos os cuento el enigma que he visto –la visión del más solitario. Sombrío caminaba yo hace poco a través del crepúsculo de color de cadáver, –sombrío y duro, con los labios apretados. Pues más de un sol se había hundido en su ocaso para mí”. www.LIBROdot.com, p. 94.
[7] José Martí. Obras completas, ob. cit., t. 6, p. 18.
[8] Ibídem, p. 19.
[9] Ibídem, p. 20.
[10] Ver el libro del Génesis, capítulos del 9 al 11.
[11] “¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!” (José Martí. Obras completas, ob. cit., t. 6, p. 23.)