En la obra martiana existen fechas patrióticas que constituyen referentes importantes; entre ellas sobresalen dos días diez: el de octubre de 1868, Grito de Demajagua, y el de abril de 1869, Asamblea de Guáimaro. Al primero dedicaremos esta recordación, en homenaje martiano a aquellas generaciones que lo dejaron todo para lanzarse a la manigua redentora y crear una Cuba Libre.
El otoño de 1869 traía buenos presagios para el joven Martí, quien vivía en la casa de su maestro Mendive, en Prado 88, sede del colegio San Pablo. Su familia residía en Marianao, adonde el adolescente se trasladaba los domingos. En septiembre había concluido el segundo año de bachillerato con las más altas calificaciones y matriculó las asignaturas del tercero para el curso 1868-1869. ¡Cuanto cambiaría su vida en los próximos meses!
El grito de independencia de Céspedes en el ingenio Demajagua, en la costa de Manzanillo, fue recibido con júbilo por la familia Mendive, sus amigos y discípulos, pero con creciente aprehensión por los Martí. Más aún tras la caída de Bayamo, convertida en la capital de la insurrección, y la incorporación del Centro (Camagüey) a la lucha, el 4 de noviembre, en las Clavellinas. Para Martí, como era usual en todo el mundo, el símbolo del diez de octubre era Yara, primera derrota militar mambisa devenida por azar en expresión del inicio de la naciente revolución cubana. Martí la definió como el parteaguas de la historia política cubana en su famosa antítesis: “O Yara o Madrid!”
En la medida en que la llama de la revolución se expandía de este a oeste, los ánimos se caldeaban en Occidente y la política de apaciguamiento traída por el nuevo gobernador Domingo Dulce en 1869 poco podía hacer para refrenar los ímpetus de los patriotas de La Habana. Nadie Mejor que su inseparable amigo Fermín Valdés para retrotraernos al ambiente de aquellos días:
Cuando nos ufanábamos de los triunfos alcanzados en nuestros exámenes en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, vinieron a despertar en nuestros corazones el amor patrio, ennoblecido en nosotros por las palabras de nuestro Director, —el 10 de Octubre primero, y la libertad de imprenta, decretada por el General Dulce después; y luego los sucesos de Villanueva que llevaron al Señor Mendive a la cárcel, al Castillo del Príncipe, a España como deportado.[1]
Fue en este corto período de libertad de imprenta en que Martí −colocado en las oficinas de Cristóbal Madan, amigo de Mendive, tras la prisión y cierre del colegio− comienza a escribir sobre el diez de octubre. En fecha no precisada aún, Martí hace referencia publica el soneto «¡10 de Octubre!», en un periódico estudiantil manuscrito, El Siboney, del que no se conoce ningún ejemplar. No obstante, se deduce que la publicación es posterior al seis de febrero, cuando los villareños se levantaron masivamente en armas, porque el autor hace referencia al acontecimiento al mencionar la “Escambraica sierra”. Por su vibrante contenido vale la pena recordarlo una vez más:
¡10 DE OCTUBRE!
No es un sueño, es verdad: grito de guerra
Lanza el cubano pueblo, enfurecido; El pueblo que tres siglos ha sufrido Cuanto de negro la opresión encierra.
Del ancho Cauto a la Escambraica sierra, Ruge el cañón, y al bélico estampido, El bárbaro opresor, estremecido, Gime, solloza, y tímido se aterra.
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De su fuerza y heroica valentía
Tumbas los campos son, y su grandeza Degrada y mancha horrible cobardía.
Gracias a Dios que ¡al fin con entereza Rompe Cuba el dogal que la oprimía Y altiva y libre yergue su cabeza! |
Que uno de sus primeros poemas publicados se dedicara a esta fecha ya bastaba para que trascendiera en su biobibliografía, pero solo sería un primer paso ya que el tema era ineludible entre los cubanos. En la memoria histórica de los exiliados, en cualquier lugar del mundo donde se encontraran –los de la Isla no podían celebrarlo bajo ningún concepto−, el diez de octubre era una fecha de obligada rememoración histórica y cultural. De ahí que el tribuno Martí fuera presencia recurrente en esos mítines, escenarios propicios para varias de sus más importantes comunicaciones anuales a los patriotas.
De 1883, en New York, datan las primeras referencias a un discurso pronunciado por el Apóstol en un acto conmemorativo del diez de octubre. Un año más tarde, envuelto ya en los preparativos del Plan de San Pedro Sula, vuelve a hablar en esa fecha. No obstante, su alejamiento conocido del proyecto de Gómez y Maceo durante 1885 y 1886 hizo que no aceptara participar en las conmemoraciones de esos años.
Cuando, a fines de 1886, el general Gómez, después de infortunios sucesivos, da por concluidas las gestiones del movimiento revolucionario que encabezara, Martí sale del ostracismo político con su dignidad impoluta y prestigio de clarividente y se reincorpora a la vanguardia revolucionaria. Su retorno definitivo se produce en la tribuna caliente del Masonic Temple en el acto del 10 de octubre de 1887 donde, embarazado por los aplausos cariñosos con que fue recibido, retrotrae a los oyentes a lo ocurrido en aquella histórica jornada con imágenes impactantes:
Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: «¡Ya sois libres!» ¿No sienten, como estoy yo sintiendo, el frío de aquella sublime madrugada?… ¡Para ellos, para ellos todos esos vítores que os arranca este recuerdo glorioso! ¡Gracias en nombre de ellos, cubanas que no os avergonzáis de ser fieles a los que murieron por vosotras: gracias en nombre de ellos, cubanos que no os cansáis de ser honrados![2]
Desde entonces y hasta 1891, sus discursos en la sagrada efeméride se convirtieron en los más esperados del año para la comunidad cubana de New York y muchas otras, que los leían y comentaban posteriormente gracias a los folletos que recogían las oraciones del día y a periódicos que se pasaban de mano en mano las familias cubanas, como el neoyorquino El Porvenir, de Enrique Trujillo, y El Yara, de José Poyo, en Cayo Hueso. En todas esas ocasiones, Martí hizo realidad su adagio de 1888:
La palabra ha caído en descrédito, porque los débiles, los vanos y los ambiciosos han abusado de ella. Pero todavía tiene oficio la palabra, si ha de servir de heraldo al cumplimiento de la profecía del 10 de Octubre […] Nosotros somos el freno del despotismo futuro, y el único contrario eficaz y verdadero del despotismo presente. Lo que a otros se concede, nosotros somos los que lo conseguimos. Nosotros somos espuela, látigo, realidad, vigía, consuelo. Nosotros unimos lo que otros dividen. Nosotros no morimos. ¡Nosotros somos las reservas de la patria![3]
Los acercamientos martianos al diez de octubre no se limitaron a su oratoria patriótica; también están presentes en los dos textos que dedicara al protagonista de aquel grito, al Padre de la Patria: “Carlos Manuel de Céspedes” y “Céspedes y Agramonte”.[4] Del segundo es esta valoración insuperable de aquel arranque inmortal del abogado bayamés que dio lugar al nacimiento de la nación cubana:
Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a una tigre su último cachorro […] Y no fue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a sus siervos, y los llamó a sus brazos como hermanos.[5]
[1] Fermín Valdés: Diario de soldado, Centro de información científica y técnica de la UH, La Habana, 1972, 4 tomos, t1, p.12.
[2] OC, t. 4, p. 220.
[3] Discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868, en Masonic Temple, Nueva York, 10 de octubre de 1888, OC, t. 4, p. 230 y 232.
[4] Respectivamente en: OCEC, T5, pp. 198-199 y El Avisador Cubano, New York, 10 de octubre de 1888, OC, T4, pp. 358-364.
[5] “Céspedes y Agramonte”, ed. Cit., pp. 358 y 359.