De Martí a Lezama. Simón Bolívar y Simón Rodríguez
Por: Dra. Lourdes Ocampo Andina

Para Martí es importante y necesario políticamente, convertir a Bolívar en un mito americano, como síntesis identitaria, y en su prédica política, porque “el mito garantiza al hombre que lo que se dispone a hacer ha sido ya hecho, le ayuda a borrar las dudas que pudiera concebir sobre el resultado de su empresa”.[1] Por su parte Lezama, transforma a Simón Rodríguez en héroe americano, desde la poética y el simbolismo. La construcción literaria de ambos personajes históricos descansa en un rasgo en particular: la libertad individual que posibilita tomar las riendas de su albedrío.

La historia de Simón Bolívar, como la presupone José Martí, en el intento de otorgarle un comienzo mítico a las repúblicas, relata el origen de la gran nación latinoamericana, y está insertada dentro de los mitos cosmogónicos, el cual narra la creación del mundo americano en sí, a partir de su liberación colonial, y es Bolívar “el Creador” del mundo americano: se convierte en un arquetipo ejemplar para todos. Simón Bolívar condensa las características que busca Martí para la construcción de su héroe, “Martí lo ve como la figura más completa y acabada de la naturaleza americana, con su brillo, sus pasiones, su elegancia, al que no creyó ver a su patria libre sino lo era el continente todo; en el último cuarto del siglo XIX Bolívar seguía mostrando el camino a los que, como él, querían rematar la redención del mundo, y unir lo disperso; labor que requería su inspiración. Martí proyecta una identificación entre la concepción y el destino americano en la figura de Bolívar.”[2]

El Simón Rodríguez de Lezama, no funge como creador del mundo americano, sino como parte del mismo, participa, ya no de la naturaleza telúrica del continente—la realidad histórica ha variad—sino de la naturaleza sosegada, tranquila “Bolívar, que tuvo la fuerza necesaria para interpretar y dar forma a un momento del destino americano, no la tuvo para entregarle a su maestro, no su alabanza admirativa, sino el diálogo del paisaje, que nos acompaña dándonos manso estribo, el puente de las dos riberas simbólicas, por el que este espíritu muy cargado, por el que este espíritu de desesperada última instancia, pudiera soltar el ascua, deshacerse de la maldición, como esos orgullosos muy tiesos que ante una ternura clave se vuelven transcurridos, obsequiosos y reverentes.”[3] P. 70

Para mediados del siglo XX, la mitología americana, está prácticamente formada, corresponde a los escritores su reactualización constante, su enriquecimiento. Ya no se utiliza con un fin político, sino ético: para la liberación personal, para la remantización de los valores cristianos, en desuso, y cuyos significados primigenios se ha perdido. En Lezama se retoma la recreación de una mitología, insular y americana; los datos biográficos de Simón Rodríguez constituyen un punto de partida para la idea de libertad y liberalización espiritual que se pretende transmitir: es la representación de la otredad, del hombre que, por mantener sus ideales ha sido capaz de desafiar a la sociedad y aislarse, para romper las conexiones con su fuente de existencia, y llevar una vida de miserias y renunciación, pero en plenitud espiritual y en íntima convivencia con el paisaje, las culturas autóctonas americanas, forma parte del entorno natural.

A fines del XIX, Martí, por su parte, intenta conciliar las diferentes culturas que forman la americana en la nueva mitología que pretende fundar. Para él la creencia en los mitos es una necesidad humana. El hombre siente la necesidad de la creencia: “El hombre necesitado de mitos, ha creado estos, ahora que no ajustan a su razón los que existían: pero este no es más racional que los otros.”[4] La nueva mitología tendrá que ser popular y nacional a la vez, síntesis de todos los elementos. El Bolívar martiano es la síntesis de América. El mito tiene función unificadora por su naturaleza sintética. El Rodríguez lezamiano, lejos de ser una síntesis de la identidad continental, es el símbolo de la libertad y liberación a la que puede llegar el hombre americano.

El concepto de libertad, en la recreación literaria de ambos héroes, parte de la renunciación a las relaciones sociales tradicionales, del despojo de la banalidad, de lo extrínseco, para centrarse en la esencia liberadora, de todo un continente, en el caso del discípulo, y del hombre americano, en el caso del maestro. Se asemejan al Cristo redentor en la renunciación cristiana a los bienes terrenales, y al Moisés que guía y da la ley al pueblo elegido.

Escribe José Martí sobre Bolívar, en Patria:

“La América, al estremecerse al principio de siglo desde las entrañas hasta las cumbres, se hizo hombre y fue Bolívar. (…) La América toda hervía: venía hirviendo de siglos: chorreaba sangre de todas las grietas, como un enorme cadalso, hasta que de pronto, como si de debajo de la tierra los muertos se sacudieran el peso odioso, comenzaron a bambolear las montañas, a asomarse los ejércitos por las cuchillas, a coronarse los volcanes de banderas. De entre las sierras sale un monte por sobre los demás, que brilla eterno: por entre todos los capitanes americanos, resplandece Bolívar.[5]

Los primeros verbos son ‘estremecerse’, ‘hacerse’ y ‘ser’; el estremecimiento, traducido como parto provoca el nacimiento del ser: ‘y fue Bolívar’; ese fue es polisémico: “y nació Bolívar”, hay un tránsito que evoca el momento de la concepción, y otro, se hizo hombre, segundo momento que evoca la personificación de América. Por su parte, Hispanoamérica, mujer, se estremeció—parió con el terremoto a un hombre, hecho de ella misma, y ese hombre fue Bolívar. Podemos inferir una semejanza entre Cristo y Bolívar, no con la manera de nacer, sino con la esencia. Dios se hace hombre en Cristo, y participa de la naturaleza divina del Padre; América se hace hombre en Bolívar, se integra a la esencia continental, pero la diferencia radica, por una parte en la condición, uno divina, el otro telúrica, y por otra Dios Padre y América Madre. La frase anterior expone una semejanza estilística con la Revelación bíblica ocurrida en Juan 1-14: “Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros, y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo Único, abundante en amor y verdad.” Son evidentes las relaciones entre ambos textos.

Por su parte, explícitamente, deja Lezama sentadas las bases católicas de los principios de libertad americanos:

“Pero el clero municipal establece relaciones con los agricultores y con los pequeños terratenientes, no establece contacto con el poder central y se sabe hostil en relación con la jerarquía, ya que esta, radicada en las ciudades de más importancia, establece relaciones con autoridades subordinadas a lo hispánico. Aparecen entonces, a principios del siglo XIX, los curas independentistas de México y de las Juntas de Buenos Aires, los curas constituyentes de Cádiz, como el Padre Varela. Hay en ellos algo del Abate Sieyés, del Abate Marchena, y de Blanco White. Toman parte en la Revolución Francesa, se convierten, después de abjurar, de nuevo al catolicismo, después de haber traducido a Lucrecio y a Voltaire, o se acogen al liberalismo inglés. Consecuencia: ganancia del catolicismo, amplitud de su compás, con su gran revolución, su absurdidad inagotable en lo poético y la constante prueba del ejercicio de su libertad. Todo lo que haya sido contrario a esa actitud del catolicismo, es tan solo vicisitud histórica, suceso, pero no cualificación de su dogmática.”[6]

La libertad, para Lezama, es un asunto americano: “En la arenga del Monte Sacro, en el fragor verbal donde coinciden discípulo arrebatado, maestro asombrado y ruinas impávidas, en la versión de Simón Rodríguez, (…) “mas en cuanto a resolver el problema del hombre en libertad (…)” es en el Nuevo Mundo dónde ha de resolverse ese giordano de la libertad”.[7]

Ambos Simones, Rodríguez y Bolívar, forman una antítesis: Bolívar es el héroe de lo grandioso: es el que, para Martí, ha nacido de las entrañas del continente, de un terremoto, con el encargo de transmitir los valores éticos y político que se crea luego de las guerras libertarias, es el guerrero coronado de gloria, mientras que el Rodríguez lezamiano es el héroe del silencio, de la libertad individual inconmensurable. Pero para alcanzar el título del Libertador, y para alcanzar la liberación del espíritu, respectivamente, ambos, al igual que Cristo, tuvieron que renunciar, que desprenderse de todas las ataduras sociales, en pos de su ideal, de su entrega a la causa de la libertad.

[1] Mircea, Eliade: “Grandeza y decadencia de los mitos”. En: Mito y realidad., Editorial Labor, Barcelona, 1991, p. 61.

[2] Véase: “Venezuela en Martí” en Temas martianos, tercera serie, Fina García Marruz, Centro de Estudios Martianos, Ediciones Artex, La Habana, 1995, pp. 44-96.

[3] “El Romanticismo y el hecho americano”, en La Expresión americana. José Lezama Lima. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2003, p. 70.

[4] José Martí. Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, t. 21, p. 221.

[5] Patria. 31 de octubre de 1893.

[6] “El Romanticismo y el hecho americano”, en La Expresión americana. José Lezama Lima. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2003, p. 69.

[7] “El Romanticismo y el hecho americano”, en La Expresión americana. José Lezama Lima. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2003, p. 70.