Cintio en mi memoria (Homenaje a Cintio)
Por: Dr. Ibrahim Hidalgo Paz

Siempre recordaré a Cintio como un amigo severo, pues estos son los que verdaderamente influyen en nuestras vidas, no aquellas personas cercanas, pero incapaces de expresarnos a tiempo un error, una interpretación equivocada, una actitud desmedida. La posición de Vitier fue siempre de comprensión de las limitaciones ajenas, con la actitud, y las palabras, del colega afable, interesado en el crecimiento espiritual de quienes compartimos lo esencial de los propósitos.

Tuve la oportunidad de hallarme entre los pocos miembros del colectivo de trabajo del Centro de Estudios Martianos en los años iniciales, pues me incorporé a la institución tres años después de haber sido inaugurada. Entre los fundadores estaba aquel hombre excepcional, de quien tenía información por algunas de sus obras y por la esporádica coincidencia en la Sala Martí de la Biblioteca Nacional, donde estuve en busca de bibliografía, unos años antes, en medio de la preparación de lo que sería mi trabajo de graduación. En este lugar, que debió perdurar, vi por primera vez a quien era reconocido y respetado por su amplia trayectoria intelectual: el doctor Cintio Vitier Bolaños. Lo conocía, a él y a Fina García Marruz, su esposa, por sus textos sobre el Maestro, particularmente los recogidos en varios números del Anuario Martiano y en sus libros, leídos línea a línea, con mi sana heterodoxia, con olvido de la advertencia de algunos, quizá bienintencionados, sobre estos autores caracterizados como “creyentes”, un estigma en aquellos años, según el entender de  seres que pretendían etiquetar a los humanos como a medios básicos, con ignorancia supina del valor de la honestidad.

Este fue uno de los rasgos más notables de la eticidad de Cintio, asumida consecuentemente, fundada en el coraje del heroísmo cotidiano, la forma más difícil de sustentar la existencia. Su vida respaldaba cuanto expresaba, y no emitía palabra que no saliera de su mente comprometida con su  hacer. El período en que la agresión a la cultura nacional tuvo entre otras múltiples consecuencias negativas la desaparición de la Sala Martí y el Anuario Martiano, Cintio y Fina mantuvieron incólumes sus principios, sus ideas y sus creencias. Quienes pretendieron incitarlos desde fuera y dentro para marchar hacia otras latitudes, hallaron la inconmovible lealtad de ambos a su patria amada, sin abandonar el cristianismo raigal. Su estoicismo ante los avatares de una existencia cotidiana cargada de más contratiempos que de gozos, se unió a su infinita paciencia ante las torpezas burocráticas y las dilaciones sin término. Sus virtudes fueron un escudo poderoso ante el que se estrellaron el dogmatismo y la inconsecuencia.

La creación del Ministerio de Cultura marcó el momento de un cambio trascendental, y como uno de sus resultados, la fundación del Centro de Estudios Martianos, donde Cintio halló campo propicio para la investigación y la divulgación científicas. Trabajador intelectual incansable, no se atenía sólo a los impulsos de lo que en ocasiones denominamos inspiración, sino sometía su quehacer a una disciplina imposible de medir en horas y minutos, autoexigencia emanada de su férrea voluntad  de crear, de generar en cada ocasión un nuevo motivo para la reflexión, para la superación de la existencia humana, para embellecer la obra en que se empeñaba.

Unía a su honestidad la modestia, la que ponía de manifiesto en los frecuentes encuentros —mientras su salud lo permitió— con un grupo de sus colegas, más jóvenes y con escasos resultados que mostrar, a debatir ideas e intercambiar información. Eran momentos de los cuales salíamos enriquecidos, no porque triunfara una u otra posición, sino porque Cintio, devenido maestro, aportaba su sabiduría, sobre todo al conciliar criterios, aparentemente dispares; al demostrar la falta de argumentos de una tesis, y ofrecer las vías para superarla; al  exponer sus puntos de vista desde una posición alejada del autoritarismo que podría imponer su carácter de persona consagrada en el ámbito de las letras y del saber.

Pero llegó un momento de cambio, no por anunciado menos ingrato. Cintio se jubiló, aunque mejor corresponde decir  que se retiró de las labores cotidianas del Centro, decisión no atribuible al deseo de alejarse del quehacer intelectual —¡imposible e impensable!—, sino porque le resultaba difícil continuar haciendo malabares de murciélago, aferrado a los tubos acoplados al techo de las “guaguas”, único medio de transporte a su servicio en aquellos tiempos. Nadie esperaba un alejamiento total, pero tampoco pudimos suponer cuánto lo necesitaríamos, y con cuánta intensidad. Como pequeña compensación, fue reconocido como Presidente de Honor del Centro de Estudios Martianos.

En el centenario de su natalicio lo recordamos por su lucidez combativa, cuando en momentos críticos expresó: “Lo que está en peligro, lo sabemos, es la nación misma”, y, como en todas las circunstancias, se entregó a su defensa. Así lo encontramos hasta el momento de su despedida, a caballo en su isla infinita, sin renunciar a una sola palabra, con Ese sol del mundo moral en una mano, y en la otra Resistencia y Libertad, con la belleza de sus poemas entre los dientes, advirtiendo desde la Historia y la poesía, desde el pasado y el futuro, que es posible un mundo mejor. Cintio perdura por su ejemplo, por sus textos, por su obra, y se halla en nuestros recuerdos, el de todos los que lo quisimos y lo queremos como un amigo mayor, un ser humano inclaudicable que nos enseñó y nos enseña el valor y el hermoso riesgo de la honestidad.