16 lecciones para la América nueva
Por: Li María Pichs Hernández

Más de un siglo ha pasado desde que Nuestra América, ese texto irrepetible, viera la luz, primero en La Revista Ilustrada de Nueva York, el 1ro de enero de 1891, y luego en El Partido Liberal de México, el 30 de enero de 1891.

Para entonces, hacía pocos meses había concluido la primera Conferencia Internacional Americana (octubre 1889-abril 1890) y recién iniciaban las reuniones de la Comisión Monetaria Internacional (enero-abril 1891) en Washington. Fueron estos convites panamericanos los que demostraron a Martí, sin dejar lugar a dudas, la sed expansionista del pujante imperialismo estadounidense.

Unos setenta años habían pasado desde que el presidente James Monroe declarara la que conocemos como Doctrina Monroe en 1823. Unos cincuenta años habían pasado desde que los Estados Unidos adoptaran la doctrina del Destino Manifiesto y de que, en pos de aquella, hubieran intervenido en México (1846) para no salir sino con el Tratado de Guadalupe Hidalgo firmado, con el cual México vendía gran parte de su territorio al Norte. Solo un año había pasado desde la publicación de aquel libro de Alfred Mahan, “La influencia del poder marítimo en la historia (1660-1780)”, en el que aún se pueden encontrar los objetivos hegemónicos con los que Estadios Unidos entró a la guerra de Cuba con España, desencadenando la guerra hispano-cubana-norteamericana en 1898, de la cual emergió con el control del Mar Caribe, con Cuba y Puerto Rico, y del suroeste del Océano Pacífico, con la isla de Guam y las Filipinas, todas arrebatadas a la decadente España.

Más de un siglo ha pasado desde que Nuestra América, ese texto irrepetible viera la luz. Quién hubiera dicho que Guam seguiría siendo uno de los “territorios no autónomos” bajo la bandera de las muchas estrellas y las muchas franjas. Quién hubiera dicho que México, y más, Centroamérica toda, seguirían sufriendo las terribles consecuencias de esa relación tan dispareja con el vecino del Norte. Qué decir de los obstáculos encarados por aquellos que han dicho “Basta”, allá en el Cono Sur, y osaron trazar rumbos divergentes respecto a esos del vecino revuelto y brutal, que aún nos desprecia. Qué decir del Caribe, donde la bandera estadounidense aun ondea más alto que la nacional en la tierra puertorriqueña, y donde proyecta aún su sombra colorida sobre tierra cubana, ahí en la boca de la bahía guantanamera, donde el vecino intenta seguir invocando el Tratado Permanente, ese que quiso hacer inmortal la Enmienda Platt, hace hoy casi 120 años.

Duele, que mientras más clara la sentencia, más difícil se nos haga ponerla en práctica. ¿Cuánto más preciso podría haber sido Martí con las palabras que dejó, contundentes y precisas, en el ensayo Nuestra América?

¿Cuánto más vamos a releer y re-analizar la semiótica, la hermenéutica, la epistemología y tantas otras rimbombancias en este discurso? ¿Cuánto más vamos a invocar el genio inigualable de Martí, sus capacidades sobre-humanas, su mística inenarrable, y páginas y páginas de su currículum vitae?

¿Cuánto más vamos a dedicar páginas y páginas a diseccionar los mil peligros que Martí fue capaz de condensar en las 5 cuartillas de Nuestra América?

¿Cuánto más vamos a esperar a que se pongan a la luz, con igual o mayor empeño, las soluciones que también están ahí en el ensayo, aún más contundentes y concretas que los problemas descritos?

¿Qué queda hacer sino arrancar de las páginas muertas, las soluciones que a cada problema Martí propone?

¿Qué queda hacer con esas palabras nuestro-americanas, claras y punzantes, sino convertirlas en un programa de lucha continental?

Les proponemos a continuación lo que entendemos como líneas fundamentales de este programa nuestro-americano. De cada idea valdría componer un capítulo completo. Pero esa no es tarea de una sola persona… sino de pueblos enteros.

Estos principios, si bien latentes en tantos proyectos a lo largo y ancho continente, en el preciso instante en que se leen estas líneas no son más que latidos dispersos y discordes, que apenas si se reconocen entre sí. De ahí la necesidad de poner en carta única, los pasos que, dice Martí, han de darse, para que más allá de los caracteres particulares de uno y otro arranque revolucionario, todos tengan el mismo latido. Solo así finalmente entenderemos que, después de todo y antes que nada, vivimos, luchamos y morimos con el mismo corazón:

  • “Lo que quede de aldea en América ha de despertar.”
  • “…las armas del juicio, que vencen a las otras.”
  • “Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos.”
  • “Los árboles se han de poner en fila…”
  • “Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre.”
  • “El gobierno ha de nacer del país.”
  • “No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.”
  • “La universidad europea ha de ceder a la universidad americana.”
  • “Con los oprimidos había que hacer una causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores.”
  • “…la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia.”
  • “…ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella.”
  • “…el pensamiento empieza a ser de América.”
  • “Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente.”
  • “…el deber urgente de nuestra América es enseñarse cómo es…”
  • “Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.”
  • “…el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental.”

Solo poniendo en práctica estas máximas, podremos afirmar en tiempo presente, lo que para Martí hace 130 años era la más acabada y hermosa visión del futuro continental:

¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!