Tal vez la figura histórica cubana más llevada al lienzo sea la del Apóstol José Martí. En múltiples instituciones de la ciudad de La Habana, y también en otros lugares del planeta, cabe encontrarse con representaciones de su rostro, desde las más diversas propuestas creativas. Cada artista es un mundo, cada imagen, entonces, es la de un Martí diferente, uno y diverso al mismo tiempo, reconocible a pesar de las marcas expresivas de cada creador. El Martí que recibe al visitante en la embajada de Cuba en Lima, por ejemplo, de autor peruano, es un Martí mestizo de indio, de piel cobriza, bigote enhiesto, ancho de hombros y de estatura elevada, que hace pensar involuntariamente en la raza cósmica de Vasconcelos, pero también en el espíritu nuestramericano del modelo, aunque no se corresponda con exactitud a su anatomía y aspecto.
En Cuba podremos encontrarlo en muchas versiones y espacios, tales como museos, galerías, el memorial que lleva su nombre, hasta instituciones que en puridad no constituyen áreas expositivas, aunque contribuyan a socializar la obra de arte, como instancias de gobierno, escuelas, bibliotecas y muchas más.
Con más de cuatro décadas dedicado a la investigación y difusión del legado del prócer, el Centro de Estudios Martianos es, obviamente, uno de esos sitios donde Martí es omnipresente. La prestigiosa institución tiene como objetivo central de su trabajo la investigación y difusión de la vida y la obra de José Martí, tanto en Cuba como en el extranjero, y cuenta con un equipo académico y de promoción de gran calidad profesional y humana.
Quienes hemos tenido el privilegio de trabajar durante años en la hermosa casona, sita en Calzada nro. 807 entre 2 y 4, en El Vedado habanero, a menudo olvidamos, por fuerza de la costumbre que, además de su condición de inmueble perteneciente al Patrimonio nacional, estamos en un espacio que puede ser considerado, justamente, como una especie de galería de arte muy especial. Y es que la que fuera en el pasado la vivienda de José Francisco Martí y Zayas-Bazán, hijo del Apóstol, y de su esposa María Teresa Bances y Fernández-Criado, atesora hoy una colección de artes plásticas de gran calidad, y de una temática muy especial para todos los cubanos: está dedicada a José Martí, o a algún aspecto de su vida y obra.
No pretendemos aquí inventariar cada una de las piezas exhibidas, ni efectuar un recorrido a la usanza de una guía de exposición. Solo se trata de divulgar la valía de este tesoro artístico que merece ser más conocido y cuya existencia la mayoría de los cubanos ignora.
Al trasponer el amplio portal con que la vivienda nos recibe por Calzada, nos saluda, en la misma recepción, el óleo de un clásico: uno de los tantos retratos de Martí de Raúl Martínez. Con la singular apropiación que hizo este pintor de las técnicas del pop-art nos encontramos ante una pieza profundamente original y fiel a la más raigal cubanía. Sus colores planos, cálidos, nos ofrecen cuatro facetas del rostro del prócer, recreadas a partir de una conocida fotografía suya, de brazos cruzados, tomada en Nueva York en 1885. Una obra que aunque poseedora de unicidad indudable, está emparentada por el tema con otras piezas del pintor, como Martí y la estrella, Martí y Fidel, y otras muchas, pues devino en obsesión creativa para nuestro primer Premio Nacional de Artes Plásticas (1995). Este galardón le fue otorgado a Martínez, con toda justicia, en el año del centenario de la caída en combate del prócer cubano.
Unos metros más allá, luego de franquear la hermosa reja que da acceso al salón de protocolo, donde se conserva de manera impecable parte del mobiliario original, nos topamos con el imponente Martí de Esteban Valderrama, fechado en 1951. Se trata de uno de los retratos más conocidos y difundidos del Maestro, concebido dentro del más estricto rigor histórico. Creado bajo cánones fieles a la pintura académica, este óleo sobre lienzo nos ofrece una figura de Martí de pie, con las manos a la espalda, en actitud y mirada similar a la de su conocida fotografía tomada en Jamaica en 1892. El negro de ese traje, a la vez modesto y elegante, solo se ve interrumpido por la breve nota de luz que aportan el dorado de la leontina y el reloj. La expresión seria de quien padece dolor profundo y viste luto por la patria, los ojos de expresión serena fijos en el espectador, se corresponden con la altura de las preocupaciones de un hombre que consagró su vida al deber de luchar por la independencia de Cuba.
Sorprende también al conocedor de las artes encontrarse en uno de los locales de conferencias, en la galería principal de la edificación, con varios cuadros de tema histórico del pintor Roberto Diago Querol. Son piezas de factura apegada a un realismo de corte académico, en el que aparecen episodios fundamentales de la vida nacional, como la reunión de La Mejorana, con las figuras de Martí, Maceo y Gómez en los roles protagónicos, o la caída en combate del Apóstol, entre otras. Se trata de una zona de su obra anterior a sus aportes de corte vanguardista, pero valiosa desde el punto de vista artístico, tanto por su calidad como por constituir una faceta menos conocida de la labor de este importante creador.