A los italianos, y a los cubanos en Italia

De nuevo, italianos y cubanos nos encontramos unidos ante un enemigo común. Esta vez, de la isla antillana han ido a la península combatientes armados de conocimientos médicos, dispuestos a salvar vidas; a fines del siglo XIX vinieron del país europeo los hijos de Mazzini y Garibaldi a brindar sus esfuerzos para alcanzar la independencia antillana. Las condiciones actuales son muy diferentes a las de entonces, pero la hermandad y la admiración mutua son semejantes.
Cubanos e italianos, antes y ahora, no somos ajenos, extraños, sino personas de un mismo origen y de temperamento semejante, que hemos compartido, en lo esencial humano, inquietudes, preocupaciones y perspectivas similares. Sean estas líneas para los compatriotas que colaboran en la enorme campaña por la salud; y para nuestros hermanos de Italia que vencen los temores y afrontan el peligro, luchan con sabiduría, y con la confianza de que juntos podemos vencer la epidemia y volver a esos cercanos momentos en que compartíamos risas y abrazos.

VISIÓN MARTIANA DE ITALIA Y SU PUEBLO
Ibrahim Hidalgo Paz

José Martí, hombre de vasta cultura, consideraba que en Italia, “Donde amó Dante y esculpió Bounarroti, alcanzó el hombre su más grande altura”. Era aquella “¡cuna del pensamiento viejo, horno del pensamiento nuevo, casa del arte, pensamiento eterno!” Sus conocimientos sobre las variadas manifestaciones del espíritu latino se desarrollaron durante toda su vida, pues fue un estudioso incansable de estas, como puede comprobarse en su extensa obra en artículos y ensayos, o de modo tangencial y como recurso para establecer paralelos entre épocas, procesos o individuos.
En su alegato político, de desgarradora belleza literaria, El presidio político en Cuba, escrito cuando sólo contaba dieciocho años de edad, comparó las terribles condiciones a que eran sometidos los seres humanos prisioneros del régimen colonial, entre los cuales padeció, con aquellas que sufrían quienes se hallaban en el averno descrito por Dante Alighieri. Este “no estuvo en presidio”, dice, y “Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento de la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno. Las hubiera copiado, y lo hubiera pintado mejor.”
El nombre del gran escritor italiano, así como sus obras, son mencionados y analizados en diversas ocasiones. Lo consideraba un paradigma y un precursor. De él dijo: “Dante precedió a la renovación maravillosa de las artes de Italia”, y, quizás considerando su propia condición, afirmó: “los poetas siempre preceden”. Lo valoró, en el ámbito literario, como un maestro que aleccionaba desde el siglo XIV, y tras exponer las características de las expresiones que han de “grabar lo que ha de quedar fijo de esta época de génesis”, concluyó: “tal ha de ser el lenguaje que nuestro Dante hable.” En medio de la preparación de la guerra de independencia, en “Persona y patria”, artículo que alude a quienes olvidan a quienes se han sacrificado por la libertad, expresó: “Hay indiferentes que son hombres a medias, y aquellos que condenaba el Dante al infierno, como los peores enemigos de la república”.
La política, la historia, la literatura, el arte y otros temas de interés del país mediterráneo son abordados por Martí. Exponer tan variada y rica gama de asuntos requiere de un espacio mayor que el de estas notas, en las cuales se pondrá énfasis en algunas manifestaciones del Maestro acerca del proceso de unificación de Italia, las características de los emigrados de esta nación en los Estados Unidos, así como aspectos de las relaciones de italianos y cubanos durante el proceso de organización de la guerra independentista contra el colonialismo ibérico.
Para Martí, como para muchos de sus compatriotas, el proceso político-militar que culminó con la constitución de Italia como nación unida, revestía particular interés, por tratarse del enfrentamiento entre un pueblo que se había decidido a ser independiente, y los dominadores extranjeros; además, por la complejidad de las tendencias políticas e ideológicas internas de las diferentes fuerzas interesadas en la liberación de su patria y la formación de un Estado unificado.
No era este asunto baladí, sino sometido a estudio consecuente por quien escribía para la prensa acerca de temas considerados de interés para los pueblos de Nuestra América, y en particular para Cuba, no sólo como un medio de contribuir al conocimiento de un pasado aleccionador, sino además para alentar la admiración por quienes constituían paradigmas de luchadores por los derechos de los pueblos, como fueron Giuseppe Mazzini y Giuseppe Garibaldi.
Su vida y su pensamiento guardan semejanzas con el primero, lo que destaca Emeterio S. Santovenia en su libro Dos creadores: Mazzini y Martí. El revolucionario antillano debió conocer la posición favorable a la independencia de Cuba del fundador de la organización conspirativa Joven Italia, pues hay indicios de sus vínculos con la emigración caribeña en el país norteño, y quizás durante su estancia en España conoció la publicación de una carta del italiano a un general estadounidense en el periódico La Revolución, el 26 de febrero de 1870, en cuyas páginas el pensador europeo expresó: “Estoy dolorosamente afectado por la actitud indiferente de los Estados Unidos hacia Cuba”, y calificó de crimen y torpeza la neutralidad asumida por el gobierno norteño, pues “en la causa porque están muriendo los cubanos, hay algo de grandioso y de nuevo en el espectáculo de amos y esclavos que pelean juntos en la misma fila.”
Otro de los grandes luchadores italianos fue Guisepe Garibaldi, quien despertó en Martí una atención particular, como podemos apreciar por las numerosas menciones en su obra. El Maestro escribió a su amigo Manuel Mercado, en mayo de 1888: “Entre un mundo de papeles le pongo estas líneas. De un lado, un rimero de libros políticos […] De otro, Historias italianas, para refrescar recuerdos de Garibaldi, sobre quien tuve que hablar ayer. […] Y Cuba en el corazón, pidiéndome mis mejores pensamientos.”
La evocación de su patria, luego de la mención al prócer italiano, permite suponer que al hablar sobre este recordaría al padre de pueblos, al hijo de la libertad, quien ante las solicitudes de ayuda para la causa de la independencia cubana mostró su disposición a contribuir con su experiencia y su valor a incorporar un pueblo más de América a aquellos que había ayudado anteriormente, Argentina y Uruguay. En 1850 se encontraba en Nueva York, tras la desastrosa campaña de 1849 y el triunfo de los reaccionarios en la península. Su compatriota Antonio Meucci, recientemente llegado de La Habana, le presentó a Gaspar Cisneros Betancourt, Cirilo Villaverde y Emilia Casanova, esposa de este último, quienes intentaron unirlo a los proyectos que en aquellos momentos encabezaba Narciso López.
Pero el experimentado militar, antes de concretar tal decisión, viajó de incógnito a la Isla, en noviembre de aquel año, y tras breve visita durante la cual debe haberse informado de la falta de condiciones para el logro de la independencia, declinó sumarse a dichos planes, aunque en todo momento hizo explícita su posición favorable a la lucha de los cubanos, como puede comprobarse por las cartas a Emilia Casanova, escritas en Caprera el 31 de enero y el 22 de febrero de 1870. En la primera de estas, afirmó: “Con toda mi alma he sido con Udes. desde el principio de su gloriosa revolución.”
Tanto Mazzini como Garibaldi sufrieron los rigores del destierro, al igual que Martí, y experimentaron la vida de las emigraciones. Los desplazamientos de los seres humanos han sido característicos de todas las épocas en la historia humana, pero sus causas económicas y políticas se revelaron durante el siglo XIX con mayor claridad que en épocas anteriores; y, de igual modo, se conoció acerca de las condiciones de existencia de las personas que llegaban a los diferentes países que los acogían. Crisis económicas, por una parte, y por otra las persecuciones y represiones contra bandos opositores, llevaron a grupos de italianos, en diferentes períodos, a radicarse fuera del territorio peninsular.
Es notable, y dramática, el contraste entre la asimilación de los hombres y mujeres provenientes del país europeo en Argentina y en los Estados Unidos. En las riberas del Plata desembarcaron, sólo en 1882, casi ocho mil personas, quienes en su mayoría constituían un conglomerado humano que Martí calificó como “poéticos trabajadores italianos!”. Dedicaban sus esfuerzos a la construcción de vías férreas, muelles y a labores agrícolas. En 1887, el Maestro daba cuenta de “los agasajos que a los colonos italianos […] tributan la prensa bonaerense y la uruguaya.” Eran lazos de fraternal convivencia entre quienes obtenían el máximo provecho de su labor, y reciprocaban el trato afable recibido con parte de las riquezas que salían de sus manos.
Muy diferente era el país al norte del continente, adonde llegaban por oleadas los inmigrantes de diversos países de todo el mundo, en busca del “paraíso americano” ofrecido por los interesados en contratarlos en condiciones abusivas, sólo advertidas cuando era imposible el retorno a sus lugares de origen, pues un sistema de deudas infinitas los tenían atrapados. Esto explica la pronta incorporación de los italianos a las luchas obreras estadounidenses, junto a alemanes, judíos rusos y cuantos estuvieran dispuestos a defender el derecho a un pago justo por sus labores. Martí advirtió en fecha temprana, 1882, la fuerza tremenda que podría tener una liga ofensiva de los trabajadores: “El combate será tal que conmueva y renueve el Universo.”
Pero las clases dominantes no afrontaron de modo conciliador las manifestaciones de peligro para sus intereses, advertido desde tiempo atrás por sus ideólogos, quienes acicateaban todos los mecanismos propiciatorios de la división entre los desposeídos. Uno de los más sutiles e inmorales, pues apelaba a los instintos primarios del ser humano, era la política racista, manifestada en múltiples formas de discriminación. La prensa, las tribunas, algunos portavoces religiosos y hasta en las escuelas se esgrimían los argumentos más descabellados, presentados como supuestamente científicos, contra los negros y mulatos, contra los pobladores originarios, contra los chinos, los polacos, los rusos, los italianos, pues el propósito era enfrentar a los pobres, a los trabajadores entre sí, lo que siempre resulta ganancioso para las oligarquías dominantes.
Con el control absoluto sobre los medios de comunicación de la época, estas lograron potenciar, cuando lo creyeron conveniente, la hostilidad hacia los inmigrantes. Estados Unidos, levantado sobre sus hombros, en momentos de crisis económica presentaba como causantes de esta a quienes llegaban atraídos por los buscadores de mano de obra barata. Un estudioso de la realidad de aquel país como José Martí, no fue engañado por las argucias de los explotadores, cuyas mentiras se basaban en el ocultamiento de datos e informaciones reveladoras, pues la realidad era que en lugar de disminuir el número de quienes arribaban a las costas norteñas, aumentaba, a pesar de las recomendaciones de limitarla, emitidas por varios pensadores estadounidenses. Ante la presión de estos, el Presidente de la república, en un mensaje al Congreso, “señaló valerosamente las causas económicas del malestar industrial y político”.
Estas condiciones hicieron propicio el despliegue del odio acumulado por determinados grupos de abogados y comerciantes de Nueva Orleáns contra quienes pudieran representar una amenaza a la estabilidad del sistema creado por ellos para su enriquecimiento. Movieron todas sus influencias para atraer a hordas de homicidas, reclutadas entre sus acólitos y la peor ralea marginal, para dirigirla contra diecinueve italianos que permanecían en la cárcel local. Habían sido presos, acusados por el presunto asesinato del jefe de la policía local, pero un jurado los había declarado absueltos, ante la falta de pruebas concluyentes. Poco importó a los criminales que las leyes se hubieran pronunciado de modo favorable hacia aquel grupo, que se preparaba para salir de la prisión.
Hacia esta se encaminaron los amotinados, capitaneados por el cabecilla de un grupo político. Ni la policía, ni la milicia, ni el gobernador hicieron nada para contener el crimen. Las puertas del local fueron derribadas, y el horror invadió el recinto: a culatazos machacaron la cabeza de uno de los italianos, a otros los asesinaron “contra la pared, por los rincones, sobre el suelo, a quemarropa.” No fue suficiente para saciar a los criminales, quienes llevaron el cadáver de uno de los muertos, Bagnetto, lo colgaron de un árbol, y a seguidas, describe el cronista, “le picotean a balazos la cara”. Como expresión de júbilo, “un policía echa al aire su sombrero”; mientras, “de los balcones y las azoteas miran la escena con anteojos de teatro.”
Martí denunció el hecho, y reveló las causas del mismo, así como sus promotores: “Los cabecillas del motín contra el tribunal, eran hombres de tribunales, eran magistrados, fiscales, defensores. Los capitanes de la matanza eran los delegados del alcalde”; entre los instigadores se encontraban: un “hombre de leyes, jefe de partido”, un “abogado y propietario”, un “abogado y dueño de un periódico”. No era casual la presencia de estos representantes de los intereses económicos y políticos más connotados, pues entre los asesinados se encontraban dos de los hombres de mayor influjo sobre sus compatriotas, los cuales podrían dirigir los votos de los italianos en cualquier proceso electoral. Sus enemigos habían considerado que era necesario echarlos de la política, para lo cual se valieron, sin éxito, de las pugnas de estos con los irlandeses.
Los seguidores de las peores tradiciones de la violencia, los promotores de los linchamientos y la quema de seres humanos, apelaron entonces al horrendo asesinato, con el designio de aterrar a tan molestos opositores, y sacarlos de la política mediante la persecución y el crimen. Pero las consecuencias, como ocurre con frecuencia alertadora, tuvieron signo contrario, pues en las ciudades donde se concentraba el mayor número de hijos de la península, se juntaron hombres y mujeres, transidos de dolor, y gritaron: “’¡Seamos uno, italianos, en este dolor!’”
Con el transcurso del tiempo, aquellos inmigrantes lograron afianzar un espacio en el país del norte, al constituir y consolidar agrupaciones decorosas, o mediante vínculos secretos que le confirieron fuerza a determinados sectores, o por la acumulación de riquezas. De una forma u otra, respetados o temidos, fueron abriéndose paso en medio de formas diversas de segregación, y estrecharon vínculos con otros sectores semejantes.
Para los cubanos, antes y ahora, los italianos no han sido ni son individuos ajenos, no son extraños, sino personas de un mismo origen y de temperamento semejante, que hemos compartido, en lo esencial humano, inquietudes, preocupaciones y perspectivas similares. Es por ello que, en los inicios de los preparativos de la guerra independentista, Martí apeló a impresores de aquella nacionalidad para la elaboración de los números iniciales del periódico Patria. El primero, o uno de los primeros talleres donde se confeccionó fue el de Frugone, Balleto y Gardella, Impresores y Traductores, situado en 178 Park Row, en Nueva York. Podemos indicar el vínculo de tipo comercial con dicha empresa por la aparición de su anuncio en las páginas de la publicación desde el 10 de abril de 1892 hasta el 27 de mayo del año siguiente; además, otros datos confirman estrechas relaciones: en primer lugar, una carta de Martí a Sotero Figueroa donde se refiere a errores en la edición de un número: “Temblando me vine ayer, y bufando dejé al buen Frugone. Quedaba hablando un italiano de a vara. […] Pero me prometió, con los ojos honrados, compulsar una por una las correcciones.” Dos meses después de este incidente, la sección “En casa” dedicó unas líneas a aquellos amigos del trabajo: “¿No hemos de encariñarnos con nuestros compañeros de labor, que con nosotros penan y velan por sacar Patria a la luz, con nuestros amigos italianos el desinteresado Frugone, el cordial Balleto, el laborioso Gardella, que compran la prensa nueva del fruto de sus ahorros y en fiesta de familia, con sus mujeres y sus hijos, nos le ponen el nombre de Patria?”
Esta breve nota se complementa con el artículo “Los viernes de Patria”, en el cual se describen los trabajos de cubanos e italianos para confeccionar el periódico, y se mencionan los empeños de Frugone, el regente de la imprenta, de Peña, el administrador de la publicación, de los cajistas Balleto y Sellaroli, y de Gardella, el prensista. Después de dejar listo todo el material, dice el texto, y cuando ya se había iniciado la tirada, Frugone invitaba a comer a Villa Garibaldi, Restaurant Unión Latina, donde servían comida típica y vinos de la patria de aquel bravo luchador de quien el establecimiento había tomado el nombre. Algún tiempo después hubo cambios en la publicación, entre ellos el del taller donde se confeccionaba. Pero aquellas relaciones amistosas dejaron una huella indeleble.
Conmueve, asimismo, la disposición de otros italianos radicados en los Estados Unidos, quienes mostraron su solidaridad con la independencia de la mayor de las Antillas. Tossini, propietario del Salón Weman, de Brooklyn, al preguntársele el precio del local donde tendrían sus sesiones los miembros del club Henry Reeve, expresó su disposición de facilitarlo sin cobro alguno, “’porque nosotros simpatizamos con la causa de los que son esclavos; a los cubanos que se reúnen para trabajar por la emancipación de su país, todo hombre digno debe abrirles sus puertas, debe darles el corazón’.”
Por su parte, un grupo de italianos residentes en Tampa “se alistan para ayudar a la obra grandiosa de la redención de las Antillas”, y constituyen un club con el nombre de de uno de sus compatriotas, uno de aquellos hombres dispuestos a la acción libertadora, a quien Martí se refirió con estas palabras: “¿No hemos de recordar con agradecimiento que el hombre de corazón que se llevó a Cuba, en su guerra infortunada, Calixto García, era italiano de cuna, era Natalio Argenta?”. Este fue uno de los expedicionarios de la goleta Hattie Haskel, que bajo las órdenes del general holguinero arribó a Cuba el 7 de mayo de 1880 y que, prisionero de las tropas españolas, fue fusilado, dos meses después, en Bayamo, junto con los cubanos Enrique Varona y Pío Rosado

Son estas las razones, entre otras muchas, que alientan a quienes nos hemos formado en las ideas y el ejemplo de José Martí, los que apreciamos no sólo la solidaridad, sino a la vez el cariño fraternal de los italianos, para repetir las palabras del Maestro: “bien merece la Italia generosa nuevas glorias!”