El comienzo de la última década del siglo XIX fue decisivo para el movimiento revolucionario cubano, pues en aquella coyuntura histórica fue reconocida la validez de los criterios martianos acerca de nuevas formas de la organización política y de los métodos para alcanzar la independencia. El Maestro concebía la preparación de la guerra como “un complicadísimo problema político”, que requería de un “plan vasto y seguro”, de “un sistema revolucionario, de fines claramente desinteresados”, capaz de despertar la “confianza en la grandeza y previsión de los ideales que la guerra llevará consigo”. El enfrentamiento de las diversas corrientes de pensamiento en las emigraciones y en la Isla planteaba un reto hasta entonces no valorado suficientemente por otras personalidades políticas y militares: “Nuestro país piensa ya mucho y nada podemos hacer en él sin ganarle el pensamiento.” Debía lograrse la confianza de las grandes mayorías de la población, saturadas por las distintas variantes de la propaganda española, autonomista y anexionista, coincidentes en las patrañas contra la dirigencia revolucionaria, en las campañas desalentadoras y en la finalidad divisionista.
Constituía una necesidad lograr la superación de las principales causas que mantenían desunido al patriotismo consecuente frente a sus enemigos. Era impostergable la creación de un espacio político en el que se juntaran cuantos estuvieran dispuestos a la acción revolucionaria, sin limitación por causa alguna: color de la piel, nacionalidad, sexo, posición social, grado de desarrollo de sus criterios sobre el ordenamiento social, ubicación dentro o fuera de la patria, participación o no en las anteriores contiendas. Sólo podría triunfar una organización capaz de obtener el consenso y el apoyo de las grandes mayorías y vencer los temores que inmovilizaban y las prevenciones que desviaban los esfuerzos.
A la vez, debían transformarse los métodos de dirección y superar las contradicciones principales entre: militares y civiles, cubanos radicados en la Isla y en el exilio, patriotas veteranos y de la nueva generación, ricos y pobres, patronos y obreros, habitantes de las provincias occidentales y orientales, cubano y españoles, negros y blancos. Asimismo, se crearían las condiciones para la confluencia de las ideas que dirigirían la acción: “La unidad de pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político.”